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Barcelona

Pierre Ducrozet und Hannes Köhler reisten im Mai 2018 nach Barcelona.
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  • En el tren hacia Berlín, justo antes de Frankfurt,

    Querido Pierre,

    Acabo de ver el partido Francia-Australia (¡Felicitaciones! Y espero que Francia juegue aún mejor durante este Mundial), es la Copa del Mundo, parece que todo lo demás se queda en segundo plano. Pero están ocurriendo tantas cosas en el mundo, en la política, en la literatura, que, delante de este espectáculo, esta puesta en escena de tan gran entendimiento entre los pueblos, me siento más confundido que nunca. Hace ya más de un mes que nos hemos encontrado en Barcelona para explorar la ciudad juntos; una exploración bastante diferente, en nuestro caso particular, de la mayoría de los viajes de Allons enfants.

    Tú vives en Barcelona desde hace unos años ya, y como mi pareja viene de allí también, esta ciudad es, fuera de Berlín, la ciudad donde he pasado más tiempo en los últimos ochos años. Es algo como una segunda Heimat para nosotros, creo – ¿o quizás es para ti hasta la primera? Es divertido que aparezca esta palabra, esta extraña palabra Heimat, que no tiene equivalente en muchos idiomas; me pregunto cuál sería la palabra francesa que se acercaría más, porque no es realmente patria. ¿Tierra nativa, quizás? Lo bonito de esta palabra alemana Heimat es que no se reduce a un lugar de nacimiento, a un país, puede ser un lugar donde uno siente que ha encontrado su sitio, pero también un grupo de gente, o hasta una sola persona. Por lo menos, es así que entiendo esta palabra. Du bist meine Heimat, eres mi hogar. Una frase muy bonita.

    Es también una palabra muy presente en Alemania hoy, en esta guerra de las palabras en la cual vivimos. Alemania tiene ahora un Heimatminister, un ministro del Heimat, título totalmente ridículo a primera vista, pero que dice mucho de la manera en que nuestro idioma está dominado por los discursos de derecha desde hace unos meses ya. Este ministro y otras figuras importantes de su partido (old white men, of course !) acaban de expulsar a varios grupos de refugiados del país, aunque – todos los expertos en derecho constitucional parecen estar de acuerdo sobre este punto – eso vaya en contra del derecho europeo y de la Carta europea de los derechos humanos. Pero hace tiempo, parece ser, que ciertos círculos del mundo político alemán ya no se preocupan de Europa ni de derecho europeo. La Heimat pasa delante de todo, y un solo Volk, el pueblo: el suyo.

    Volk, otra de esas palabras. Hemos hablado juntos de ese concepto, que corre de boca en boca en Barcelona esos días, y que determina la política. El poble català, que quizás no sea un concepto problemático en sí, aunque, debo decir, siempre siento cierto malestar cuando se habla de «deutsches Volk», de pueblo alemán, y de pueblos de manera general como si fuesen algo definido, estático. El diccionario online de lengua alemana me dice que el concepto viene del viejo alemán folc, que se refería al ejército, antes de simplemente significar mucho a partir del siglo VIII. Extraño, ese abanico de sentidos, que balancea entre agresividad y insignificancia. Hablaba hace poco con un amigo vasco que se sentía muy molesto con el nuevo uso, casi biológico, de la palabra pueblo, uso peligroso, como si el pueblo fuese una entidad que hubiese crecido naturalmente, como un árbol, una pierna, y no una construcción que designará cierto grupo de personas, lo cual se basa por supuesto en ciertas realidades, ciertas líneas históricas, pero siempre es, al final, una construcción.

    Al leer tu novela, L’invention des corps, ya suponía ciertas similitudes entre nuestras maneras de pensar la pertenencia a tal o tal grupo, nuestras maneras de ver esos grupos, cerrados o en movimiento, especialmente a sus márgenes. Europa, ese concepto que no sabemos con qué llenar hoy en día, que ya no consigue estimular el verbo y la energía de los políticos, en mi país por lo menos, es para mí el lugar, la idea en la cual me gustaría sentirme heimisch, como en casa, o mejor dicho no, en los cuales me siento en casa. Y por todos los lados, esas voces que expresan su hostilidad por todo lo que Europa representa a sus ojos: apertura, liberalidad, solidaridad con los que vienen pedir ayuda a sus fronteras. Europa como construcción política está bien lejos de esa última idea, eso lo sabíamos desde Frontex, pero ahora ya tenemos la demostración perfectamente clara.

    Lo que falta ahí es una verdadera política de izquierda, lo hemos hablado juntos también: el fallo de las izquierdas clásicas, su casi-desaparición en Francia. Y en Alemania: una fragmentación que viene de lejos, que es constante, pero que conoció su primer punto culminante en 1918, y luego en 1933, cuando el principal enemigo era la otra izquierda, y no el NSDAP, y más tarde aún la división de Alemania. Lo que tenemos aquí: incumplimiento, silencios, conflictos internos, tanto que el candidato a la Cancillería, que consideraba como un europeo convencido, con energía, se acabó deshinchando como un globo que se va cuando has olvidado de hacerle un nudo.

    Envidio a Francia, cuyo presidente (no importa lo que opinamos de él, por lo demás) lucha por Europa, y ve, parece ser, claramente lo que me tiene convencido hoy: sin reformas de fondo, sin una nueva estructura, una unión política más profunda, esa Europa se va a derrumbar, quizás no en cinco años, ni en diez, pero dentro de poco. Partir del principio que la unión económica llevaría lógicamente y naturalmente a la unión política resultó ser uno de los errores de apreciación más graves de la post-guerra.

    Esperemos un cambio, entonces, un nuevo comienzo, quizás, con los pocos Estados que quedan, que todavía están dispuestos a intentarlo. Pero Alemania, esa nueva Alemania, cuyo discurso político se sitúa cada vez más a la derecha, se aparta. Evita todas las concesiones, la «europeización», que podría ser entendida como una acción contra su propio pueblo, o Volk. Por cobardía, seguramente, pero también quizás porque ha crecido la convicción que hay que pensar primero en sí.

    ¿Y nosotros? Hemos pasado unos días juntos en Barcelona, intercambiando en francés, en español, en alemán, hemos hablado con autores catalanes, con periodistas, con artistas. La separación que se avecina parecía impensable, tan lejos de nuestras vidas, que están impregnadas de esos países, de esas ciudades – Barcelona, Berlín, Lyon, Paris, Toulouse – y de la gente que vive ahí. ¿Querrá decir esto que nuestras vidas no tienen nada que ver con la realidad de la mayoría de la gente? ¿Acaso somos ingenuos? ¿O es que las vociferaciones de la derecha hacen que la política se haya apartado de lo que constituye la vida de la mayoría de sus ciudadanos? Pero esa vida, a diferencia de lo que esa derecha nos quiere hacer creer, no es ni nacional, ni identitaria, pero al contrario basada en intercambios cotidianos, abierta y libre. Y si es el caso: ¿a qué momento nuestro idioma nacionalista, que pone el Volk en primer plano, habrá empezado a influenciar tanto nuestra realidad hasta modelarlo?

    ¿Y sobre todo: que podemos hacer, nosotros autores, desde nuestra mesa, en nuestro círculo de gente con las mismas opiniones que nosotros? ¿Escribir libros europeos? ¿No es acaso lo que hacemos desde hace tiempo? A veces tengo la esperanza de que el péndulo se vaya ir del otro lado, que esa fase de blacklash será solamente eso, una fase, y que los que ven ante todo nuestros puntos en común, que están a favor de una Europa fuerte, acabaran imponiéndose, unidos y determinados. Porque una parte de mí no puede imaginar otra cosa. La otra parte observa la evolución política con un temor cada vez más grande. ¡Quizás puedas – eso espero – darle ánimo y valentía!

    Dans l’ICE pour Berlin, juste avant Francfort

    Cher Pierre,

    Je viens de regarder le match France-Australie (félicitations ! Et j’espère que la France va encore mieux jouer au fil du tournoi…), c’est la Coupe du monde, tout le reste semble relégué au second plan. Pourtant, il se passe tant de choses dans le monde, en politique, en littérature, que mon regard sur ce spectacle, cette mise en scène d’une grande entente entre les peuples, est encore plus troublé qu’à l’ordinaire. Il y a déjà plus d’un mois que nous nous sommes retrouvés à Barcelone pour explorer la ville ensemble ; une exploration, dans notre cas, bien différente de la plupart des autres voyages qui ont lieu dans le cadre d’Allons Enfants.

    Tu vis à Barcelone depuis plusieurs années déjà, et comme ma compagne est originaire de cette ville, elle est, en dehors de Berlin, celle où j’ai sans doute passé le plus d’heures depuis huit ans. C’est une sorte de seconde Heimat pour nous, je suppose – peut-être même la première pour toi ? Voilà qu’apparaît ce mot, cet étrange mot allemand de Heimat, apparemment sans équivalent dans de nombreuses langues ; je me demande quel mot français s’en rapproche le plus, ce n’est pas vraiment patrie. Terre natale, peut-être ? Ce qui est beau dans le mot allemand Heimat, c’est qu’il ne se réduit pas à un lieu de naissance, à un pays, ça peut être un endroit où on sent qu’on a trouvé sa place, mais aussi un groupe de gens, ou même une seule personne. Du moins, c’est ainsi que je comprends ce mot. Du bist meine Heimat, tu es ma Heimat. Une bien belle phrase.

    Mais c’est également un mot très présent aujourd’hui en Allemagne, dans ce combat des mots que nous menons actuellement. L’Allemagne a désormais un Heimatminister, titre éminemment ridicule au premier abord, mais qui en dit long sur la manière dont notre langue est dominée par les discours de droite depuis quelques mois. Ce Heimatminister et d’autres figures importantes de son parti (old white men, of course!), viennent donc de décider de refouler les groupes de réfugiés à la frontière, même si – tous les experts en droit constitutionnel semblent d’accord sur ce point – cela contrevient au droit européen, et à la charte européenne des droits de l’Homme. Mais il semble que cela fait longtemps qu’on ne se préoccupe plus de l’Europe ni du droit européen dans certains cercles du monde politique allemand. La Heimat passe avant tout, et un seul Volk, peuple, le sien.

    Volk, encore un de ces mots. Nous avons évoqué ensemble ce concept qui est également dans toutes les bouches en ce moment à Barcelone, qui détermine la politique. El poble català, qui n’est peut-être pas un concept problématique en soi, même si, je dois l’avouer, je ressens toujours un certain malaise lorsqu’on parle de deutsches Volk, de peuple allemand, et de peuples d’une manière générale comme s’il s’agissait de quelque chose de défini, de figé. Le dictionnaire numérique de la langue allemande m’apprend que ce concept vient de l’ancien allemand folc, qui désignait l’« armée », avant de simplement signifier « beaucoup » à partir du VIIIème siècle. Étrange éventail sémantique, entre insignifiance et agressivité. Je parlais récemment avec un copain basque qui me disait combien il était agacé et trouvait dangereux que le concept soit de nouveau utilisé dans son sens biologique, comme si le Volk était une entité ayant grandi naturellement, comme un arbre, une jambe, et non une construction destinée à désigner un certain groupe de gens, qui repose évidemment sur certaines réalités, certaines lignes historiques, mais qui n’est finalement toujours qu’une élaboration.

    En lisant ton roman, L’Invention des Corps je supposais déjà une certaine parenté dans notre manière de penser la question de l’appartenance à tels ou tels groupes, notre manière de voir ces groupes, fermés ou mouvants, en particulier à leurs marges. L’Europe, ce concept apparemment difficile à remplir ces jours-ci, qui ne parvient plus à stimuler l’éloquence et l’énergie des politiques, dans mon pays du moins, est pour moi le lieu, la chose, la pensée dans laquelle je voudrais me sentir heimisch, chez moi, ou plutôt non, dans laquelle je me sens chez moi. Et partout ces voix qui expriment leur aversion pour ce que l’Europe représente à leurs yeux : ouverture, libéralité, solidarité avec ceux qui viennent demander de l’aide à ses frontières. L’Europe en tant que construction politique est bien loin de cette dernière idée, nous le savons depuis Frontex, mais depuis un moment, nous en avons la démonstration particulièrement claire.

    Ce qui manque dans tout cela, c’est une vraie politique de gauche, nous l’avons évoqué aussi, la défaillance des gauches classiques, leur quasi-dissolution en France. Et en Allemagne : un morcellement ancien, constant, aux origines antérieures mais qui a connu un premier point culminant en 1918, puis en 1933, lorsque le principal ennemi était l’autre gauche, et non le NSDAP, puis la division de l’Allemagne. Ici donc : défaillance, silence aussi, conflits internes, si bien que le candidat à la Chancellerie que je tenais pour un Européen convaincu, énergique, a fini par se dégonfler comme un ballon qu’on lâche en ayant oublié de faire un nœud.

    J’envie la France, dont le président (peu importe ce que l’on pense de lui par ailleurs) se bat pour l’Europe, et semble voir clairement ce dont je suis moi-même convaincu aujourd’hui : sans des réformes de fond, sans une nouvelle structure, une union politique plus profonde, cette Europe va s’effondrer, peut-être pas dans cinq ans, ni dans dix, mais bientôt. Partir du principe que l’union économique mènerait logiquement à l’union politique s’avère être l’une des plus graves erreurs d’appréciation de l’après-guerre.

    Un changement, donc, un nouveau départ, peut-être, avec les quelques États qui restent, qui sont encore prêts à essayer. Mais l’Allemagne, cette nouvelle Allemagne, dont le discours politique est de plus en plus à droite, se détourne, tourne le dos. Elle évite toute concession, toute européanisation qui pourrait être comprise comme une action contre son propre Volk.  Par lâcheté sans doute, mais peut-être aussi parce que la conviction qu’il faut d’abord penser à soi a vraiment gagné du terrain.

    Et nous ? Nous avons passé quelques jours ensemble à Barcelone, échangeant en français, en espagnol, en allemand, nous avons discuté avec des auteur.e.s catalan.e.s, des journalistes, des artistes. La séparation, la rupture qui se profile à l’horizon semblait alors impensable, tellement loin de nos vies, qui sont si imprégnées de ces pays, de ces villes – Barcelone, Berlin, Lyon, Paris, Toulouse – et des gens qui y vivent. Est-ce que cela veut dire que nos vies n’ont rien à voir avec la réalité de la majorité des gens ? Sommes-nous naïfs ? Ou est-ce que les vociférations de la droite expliquent que la politique s’est éloignée de ce qui constitue la vie de la majorité de ses citoyens, sauf que cette vie, contrairement à ce que cette droite veut nous faire croire, n’est pas nationale, identitaire, mais au contraire basée sur les échanges quotidiens, ouverte, libre ? Et si c’est le cas : quand cette langue nationaliste, qui met le Volk au premier plan, aura-t-elle influencé notre réalité au point que celle-ci s’y adaptera ?

    Et surtout : que pouvons-nous faire, nous autres auteur.e.s, à notre bureau, dans les cercles de gens qui ont les mêmes opinions que nous ? Écrire des livres européens ? Ne le faisons-nous pas depuis longtemps ? Parfois, j’ai l’espoir que le pendule va repartir dans l’autre direction, que cette phase de backlash ne sera bel et bien qu’une phase, et que ceux qui voient avant tout  nos points communs, qui sont pour une Europe forte, finiront par s’imposer, unis et déterminés. Car une partie de moi ne peut pas imaginer autre chose. L’autre observe l’évolution politique avec une appréhension croissante. Peut-être pourras-tu – je l’espère – lui redonner courage !

    ICE nach Berlin, kurz vor Frankfurt

    Lieber Pierre,

    gerade habe ich die Partie Frankreich gegen Australien geschaut (Glückwunsch! Und ich hoffe, Frankreich wird noch besser im Laufe des Turniers …), es ist Weltmeisterschaft, alles andere scheint in den Hintergrund zu rücken. Und trotzdem passieren so viele Dinge in der Welt, in der Politik, der Literatur, dass mein Blick auf dieses Spektakel, das sich ja immer als eine große Völkerverständigung inszeniert, deutlich stärker getrübt ist als gewöhnlich. Über einen Monat ist es jetzt her, dass wir in Barcelona waren, um die Stadt gemeinsam zu erkunden, wobei dieses Erkunden natürlich ein ganz anderes war, als in vielen anderen Fällen von Allons Enfants.

    Du lebst in Barcelona, seit Jahren schon, und da meine Freundin auch von dort kommt, ist es die Stadt außerhalb Berlins, in der ich in den letzten acht Jahren vermutlich die meisten Stunden verbracht habe. Es ist für uns beide eine Art zweite Heimat, vermute ich – oder für Dich vielleicht sogar die erste? Und da taucht dieses Wort auf, dieses sonderbar deutsche Heimat, für das es in vielen Sprachen offenbar keine Entsprechung gibt, ich überlege, was ihm im Französischen am nächsten kommt, patrie ist es nicht, terre natale vielleicht? Wobei am deutschen Heimat ja eigentlich schön ist, dass es per se nicht mit dem Geburtstort, nicht einem Land identisch sein muss, es kann ein Platz sein, an dem man sich angekommen fühlt, aber auch ein Gruppe Menschen, ein einzelner Mensch. Zumindest in meinem Verständnis. Du bist meine Heimat. Ein schöner Satz.

    Aber ein Wort eben auch, dass in Deutschland, in diesem Kampf der Wörter, in dem wir uns gerade befinden, sehr im Mittelpunkt steht. Einen Heimatminister hat Deutschland jetzt, ein Titel, der so albern wirkt auf den ersten Blick, und doch so viel aussagt darüber, wie unsere Sprache in den letzten Monaten von den Rechten dominiert wird, wie sie es schaffen den Diskurs in ihre Richtung zu rücken. Dieser Heimatminister und andere Spitzen seiner Partei (old white men, of course!), haben nun also beschlossen, dass man Geflüchtete in Gruppen an der Deutschen Außengrenze abweisen soll, obwohl man damit, da scheinen alle Verfassungsexperten einig, gegen europäisches Recht verstoßen würde, gegen die europäische Charta der Menschenrechte. Aber, so scheint es, Europa und europäisches Recht ist längst nichts mehr, um das man sich kümmert in bestimmten Kreisen der deutschen Politik. Die Heimat steht über allem, das eine, eigene Volk.

    Und überhaupt: Volk. Wir haben uns unterhalten über diesen Begriff, der ja auch in Barcelona momentan in aller Munde ist, der die Politik bestimmt. El poble català, vielleicht an sich noch kein problematischer Begriff, auch wenn ich gestehen muss, dass mir immer unwohl ist, wenn jemand vom deutschen Volk spricht, von Völkern allgemein, als etwas Gesetztes, festes. Im Digitalen Wörterbuch der Deutschen Sprache lese ich, der Begriff entstamme dem Altdeutschen folc, was Kriegsschar bedeute, später im 8. Jahrhundert aber nur ‚viele‘ bezeichnete. Ein sonderbares Bedeutungsspektrum, zwischen großer Harmlosigkeit und größter Aggressivität. Neulich erst unterhielt ich mich mit einem baskischen Bekannten, der mir sagte, wie sehr es ihn ärgere und als wie gefährlich er einschätze, dass der Begriff wieder biologisch verwendet werde, so, als sei Volk etwas natürlich gewachsenes wie ein Baum, wie ein Bein, und nicht ein künstliches Konstrukt, um eine gewisse Gruppe Menschen zu bezeichnen, ein Konstrukt, das natürlich auf bestimmten Gegebenheiten beruht, auf historischen Verbindungslinien, aber am Ende doch immer eine Setzung ist.

    Beim Lesen deines Romans L’Invention des Corps hatte ich bereits vermutet, dass wir eine gewisse Verwandtschaft haben in unserem Denken, was die Frage nach den Zugehörigkeiten zu dieser oder jener Gruppe angeht, die Frage danach, wie fest oder weich wir diese Gruppen sehen oder sehen wollen, besonders deren Ränder. Europa, dieses Wort, das offenbar so viel schwieriger zu füllen ist, das so viel weniger Verve und Energie freisetzt bei den Politikern, zumindest in meinem Land, ist für mich der Ort, das Gebilde, der Gedanke, in dem ich mich gerne heimisch fühlen möchte, oder nein: in dem ich mich heimisch fühle. Und überall diese Stimmen, die ihre Abneigung aussprechen für das, wofür Europa in ihren Augen steht: Offenheit, Liberalität, auch Solidarität mit jenen, die an seine Grenzen kommen und Hilfe brauchen. Dass Europa als politisches Konstrukt selbst von letzterer Idee weit entfernt ist, wissen wir schon seit Frontex, aber trotzdem wird es uns in diesen Tagen noch einmal deutlich vor Augen geführt.

    Und was in all dem fehlt: Linke Politik, auch darüber haben wir uns unterhalten, über die Schwäche der klassischen Linken, in Frankreich beinahe ihre Auflösung. Und in Deutschland: die ständige, uralte Zersplitterung, begründet schon früher, aber doch erstmals kulminiert 1918, später 1933, als der Hauptfeind die jeweils andere Linke war, nicht die NSDAP, natürlich die deutsche Teilung. Hier also: Schwäche, Stille auch, innere Konflikte, sodass selbst ein Kanzlerkandidat, den ich für einen energischen und überzeugten Europäer hielt, am Ende wie ein Luftballon abschmierte, den man losließ ohne ihn zugeknotet zu haben.

    Immerhin, darum beneide ich Frankreich, gibt es dort einen Präsidenten (was auch immer man sonst von ihm halten mag), der für Europa kämpft, der in aller Klarheit zu sehen scheint, wovon auch ich mittlerweile überzeugt bin: Ohne ganz grundlegende Reformen, ohne eine neue Struktur, eine tiefere politische Union, wird dieses Europa zerbrechen, vielleicht nicht in fünf, vielleicht nicht in zehn Jahren, aber doch bald. Dieser Glaube, aus der wirtschaftlichen werde die politische Union fast folgerichtig erwachsen, erweist sich als eine der gravierendsten Fehleinschätzungen der Nachkriegsgeschichte.

    Ein Wandel also, ein Neustart vielleicht, mit jenen wenigen Staaten, die noch geblieben sind, die noch bereits dazu sind. Aber Deutschland, dieses neue, in seinen politischen Diskursen so weit nach rechts gerückte Deutschland, wendet sich ab, dreht den Rücken zu. Jede Konzession, jede Europäisierung, die als eine Handlung gegen das eigene Volk verstanden werden könnte, wird vermieden. Vielleicht ist das Feigheit, vielleicht ist aber längst die Überzeugung gewachsen, dass sich am Ende vielleicht doch wieder jeder selbst der nächste ist.

    Und wir? Saßen zusammen in Barcelona, tauschten uns aus, auf Französisch, Spanisch, Deutsch, diskutierten mit katalanischen Autorinnen, mit Journalistinnen, Künstlerinnen und Künstlern. Und die Trennung, der Bruch, der am Horizont heraufzieht, schien in diesen Tagen undenkbar, weil er so wenig mit unserem Leben zu tun hatte, das so sehr geprägt ist von all diesen Ländern, von all diesen Städten –  Barcelona, Berlin, Lyon, Paris, Toulouse – und von den Ländern, von den Menschen darin. Heißt das im Umkehrschluss, dass unser Leben also so wenig mit der Realität der Mehrheit der Menschen zu tun hat? Sind wir zu blauäugig gewesen? Oder hat das laute Schreien der Rechten dazu geführt, dass sich die Politik so weit von all dem entfernt hat, was eigentlich das Leben der Mehrheit seiner Bürger ist, nur das dieses Leben, nicht wie die Rechten glauben machen, eigentlich nationaler ist, identitärer, sondern ganz im Gegenteil: offener, freier, viel mehr auf dem täglichen Austausch basiert. Und wenn es so sein sollte: wann wird die nationalisierte, die vervölkischte Sprache unsere Realität soweit beeinflusst haben, dass sie sich ihr anpasst?

    Und vor allem: was können wir tun, wir Schriftsteller, in unseren Kämmerlein, in unseren Gruppen von Gleichgesinnten? Europäische Bücher schreiben? Oder schreiben wir diese Bücher nicht schon längst? Manchmal habe ich Hoffnung, dass das Pendel wieder in die andere Richtung ausschlagen wird, dass diese Phase des Backlash eben nur das bleibt, eine Phase, an deren Ende sich diejenigen, die für die Gemeinsamkeit einstehen, für ein starkes Europa, geeint und mit aller Kraft und Überzeugung durchsetzen werden. Denn ein Teil von mir, kann sich gar nichts anderes vorstellen. Der andere Teil aber beobachtet die politische Entwicklung und ihm wird zunehmend Angst und Bange. Vielleicht aber, so die Hoffnung, kannst du ihm Mut machen!

    Es umarmt Dich, Dein Hannes

  • Querido Hannes,

    Mil gracias por tu carta. Hay muchas cosas ahí que me hacen pensar. Primero, sí, existe un tipo de evidencia europea en el hecho de estar aquí, en Barcelona, un escritor alemán y un escritor francés, juntados por una institución literaria berlinesa, hablando en francés, en alemán, en español, y sintiéndonos en casa aquí, en esta ciudad. Una evidencia para nosotros, una manera de vivir sin fronteras que está lejos de ser evidente para los que encuentran paredes y fronteras por todos lados, y para los que quieren construir nuevos. Nuestras conversaciones, que parecen también tan evidentes, sobre esa misma Europa en la cual hemos crecido, este espacio que habitamos naturalmente, viviendo en una ciudad o en otra, viajando continuamente y hasta sin plantearnos la cuestión de una hipotética frontera, este espacio parecía problemático para algunos de los Barceloneses que habían venido a nuestro encuentro, visiblemente muy decepcionados y enfadados con la actitud de la Unión europea durante la crisis catalana del otoño 2017.

    Y todo esto está enlazado con la semántica, que subrayas con exactitud, y a esta sublime palabra de Heimat. Como lo dices, no existe un equivalente de esta palabra en francés, ni en español, simplemente porque esa palabra es única, como la saudade portuguesa. Heimat se inscribe en un régimen de dulzura, de acogida, de una delicadeza poco común. Se sitúa muy lejos de la patria asfixiante y agresiva, sería más bien un tipo de « casa », de « hogar », o de « sentirse como en casa », expresiones que son bastante débiles y desequilibradas al lado de Heimat (y el maravilloso Heimweh que viene de él, ese mal, no del país, pero de su país, que me conmueve, y que siento a veces en ese mismo idioma, en alemán, porque solo se puede sentir en ese idioma, lo cual es además él de mi madre, y entonces encaja perfectamente, a mis ojos, al mal del país, que quizás siempre sea él de su propia madre).

    Este Heimat marca tal vez el movimiento que deberíamos adoptar: deslizarse en los lugares, quedarse si la coincidencia se produce, irse si no es el caso. Estar a la escucha del espíritu de los lugares, de su acogida, o no, de nuestra capacidad a fundirnos en ellos.

    Es lo que me ha pasado aquí en Barcelona: he encontrado mi Heimat, aún más quizás que en mi propia casa, mon «chez moi». Me siento mejor aquí que en cualquier otra parte, mejor que en Francia, en Austria o en Alemania, aunque en principio no tenga ningún enlace especial con España. España es el lugar que elegí, él que me ha revelado a mí mismo, en donde el calor humano, el ardor y la ternura, la potencia y la hospitalidad me han acogido, emocionado, conquistado. Estoy aquí en casa. En esta ciudad constantemente en lucha con sus problemas identitarios, en tensión con el resto de España, que sabe quién es y no lo sabe, que es generosa y a veces encerrada en sí misma, pues esta ciudad me ha acogido con los brazos abiertos tal como lo ha hecho con millones de personas que han venido del mundo entero.

    El problema que conocemos ahora en Catalunya es el mismo que en Europa: pensamos que las cosas y los humanos circulan, pero no es para nada el caso. Somos (y incluyo aquí mi mujer Julieta, que vino de Argentina hace 15 años, así como todos los millones de personas llegadas de los cinco continentes) los decepcionados de la Unión Europea, en la cual creíamos y creemos todavía, que supuestamente iba a encarnar una tierra de acogida, de cultura, de impulso político, un marco estimulante en el cual moverse e imaginar el futuro, una tierra de paz y de utopía, y que está a punto de volverse todo lo contrario. Sin embargo, nuestra tarea quizás sea de superar esta decepción y de pedir más Europa, más utopía, más paz, en frente de todos esos horrorosos euroescépticos.

    ¿Que pueden la literatura y el arte en todo esto? te preguntas en tu carta.

    Creo que pueden hacer mucho, porque se sitúan donde tienen que estar. Pueden cambiar el relato sobre Europa, su imaginario, la manera que tenemos de pensarla, de imaginarla, de concebirla. Los hombres funcionan con la ficción: todo lo es, el derecho, la libertad, los principios fundamentales de una sociedad son todos ficciones; y los grandes desafíos que afrontamos necesitan grandes relatos para poder cambiar de dirección: el cambio climático, las migraciones, el hypercapitalismo, los repliegues nacionalistas, todos esos desafíos, peligros o debates necesitan cambios de narraciones para ser escritos y pensados de otra manera. Creo que la literatura puede pensar todo esto, puede pensar nuestra relación con la Tierra, que hay que reinventar totalmente, que la utopía nace de los relatos – si dejamos todo esto a los políticos, estamos perdidos.

    La izquierda, justamente, de la cual hablas, la izquierda está en falta completa de relatos. Ya no tiene ficciones hacia cuáles avanzar, ya no existe ni la «gran noche», ni impulsos narrativos, así que no avanza. La derecha, ella sí avanza hacia historias: el «gran reemplazo», los territorios arrancados, la globalización odiada, todo eso son motores ficcionales fuertes – por error, seguramente. La izquierda debe construir relatos también.

    Y su principal desafío es de invertir los registros. Ya no tenemos que usar del campo lexical del miedo, de la resignación, del peligro cuando hablamos de las migraciones, del cambio climático, de la globalización, pero ir hacia el campo del desafío al que hacer frente, del impulso, del movimiento común. La relación con la Tierra (sobre el cuál trabajo ahora) sufre mucho de ese problema semántico, tanto como de una falta evidente de imaginación, que queda por construir. ¿Porqué hemos tardado tanto en reaccionar? ¿Porque no conseguimos actuar? Porque no podemos imaginar lo que está pasando. Porque no lo vemos. El ser humano es así, tiene que visualizar las cosas antes de entrar en acción.

    Querido Hannes, me ido por otros caminos, pero imagino que a eso nos llevan las conversaciones.

    Lo encuentro bonito que este programa de Allons enfants nos lleve a reflexionar juntos sobre todo esto, después de esos bonitos días aquí en Barcelona, y los que vendrán quizás en Berlín; imaginar esos territorios comunes, geográficos y literarios, esos espacios ficcionales y reales en los cuáles nos gustaría vivir, y de los cuáles las contingencias políticas nos alejan a menudo.

    En la espera de leerte,

    Pierre

    Mein lieber Hannes,

    ein großes Dankeschön für Deinen Brief. Es gibt eine Menge darin, das mich zum Nachdenken bringt und das ich hier aufgreifen möchte.

    Allem voran, ja, es gab eine Art europäische Selbstverständlichkeit, Natürlichkeit, dort in Barcelona zu sein, ein deutscher Schriftsteller und ein französischer Schriftsteller, von einem Berliner Literaturhaus zusammengebracht, die auf Französisch, Deutsch, Spanisch reden und sich in Katalonien zu Hause fühlen. Eine Selbstverständlichkeit für uns, diese Lebensweise ohne Grenzen, die alles andere als selbstverständlich ist für diejenigen, die überall auf Mauern und Grenzen treffen, und für diejenigen, die neue errichten wollen. Unsere Gespräche, die mir naheliegend erschienen, über eben dieses Europa, in dem wir aufgewachsen sind, diesen Raum, den wir natürlich bewohnen, während wir in der einen oder der anderen Stadt leben, ständig unterwegs sind und uns gar keine Fragen über irgendwelche Grenzen stellen, dieser Raum schien problematisch zu sein für einige der Barceloner, die gekommen waren, uns zuzuhören, die offensichtlich sehr enttäuscht waren von der Haltung der Europäischen Union während der Katalonien-Krise im Herbst 2017.

    Und das alles hängt mit der Frage der Semantik zusammen, die Du richtigerweise aufwirfst, und mit diesem erhabenen Wort der Heimat. Wie Du sagst, gibt es keine Entsprechung dieses Wortes, weder im Französischen noch im Spanischen, ganz einfach, weil dieses Wort einzigartig ist, genau wie die portugiesische saudade. Heimat gehört einem Regime der Sanftheit, der Gastfreundschaft an, eine seltene Delikatesse. Es ist so weit entfernt von der erstickenden und aggressiven patrie, es wäre eher eine Art chez soi, ein Zuhause, oder vielmehr ein sich zu Hause fühlen, aber neben Heimat sind diese Begriffe sehr wackelig und schwach (und das wunderbare Heimweh, das daraus resultiert, dieses schmerzhafte Vermissen, nicht des Landes, sondern seines Landes, das mich bewegt, und das ich manchmal in dieser Sprache fühle, auf Deutsch, weil man das eben nur in dieser Sprache denken kann, die nebenbei auch die meiner Mutter ist, und welches für mich daher perfekt zum mal du pays, dem Vermissen des Landes passt, das vielleicht auch immer das der eigenen Mutter ist).

    Diese Heimat ist vielleicht die Bewegung, die wir annehmen sollten: Schlüpfe in die Szenerie, bleibe dort, wenn sich eine Übereinstimmung ergibt, ziehe weiter, wenn dies nicht passiert. Auf den Geist der Orte hören, auf den Empfang, den sie uns bereiten, oder eben nicht, auf unsere Fähigkeit, mit ihnen zu verschmelzen.

    Genau das ist mir in Barcelona passiert: Ich habe meine Heimat hier gefunden, vielleicht sogar mehr als ein ‚zu Hause‘. Ich fühle mich hier besser als anderswo, besser als in Frankreich, in Österreich oder in Deutschland, obwohl ich zu Spanien eigentlich keinen Bezug habe. Spanien ist meine Wahlheimat, der Ort, der mich mir selbst offenbart hat, der Ort, an dem mich menschliche Wärme, Leidenschaft und Zärtlichkeit, Macht und Gastfreundschaft begrüßt, bewegt und erobert haben. Ich bin hier zu Hause. In eben dieser Stadt, die ständig mit ihren Identitätsproblemen ringt, im Spannungsverhältnis mit dem Rest von Spanien steht, die weiß, wer sie ist und es nicht weiß, die großzügig ist und manchmal zurückgezogen auf sich selbst, tja, eben diese Stadt begrüßte mich mit offenen Armen, wie sie es für Millionen von Menschen aus der ganzen Welt tat.

    Das Problem, das wir in Katalonien im Moment haben, ist das gleiche wie in Europa: Wir denken, dass Dinge und Wesen zirkulieren, aber dem ist nicht so. Wir sind (und ich schließe darin meine Frau, Julieta, die vor 15 Jahren aus Argentinien kam, sowie all die Millionen von Menschen aus fünf Kontinenten ein) die Enttäuschten der Europäischen Union, an die wir glaubten und immer noch glauben, die ein Kontinent des Willkommens, der Kultur, des politischen Aufschwungs verkörpern sollte, ein aufregender Ort, um sich frei zu bewegen und sich die Zukunft vorzustellen, ein Kontinent des Friedens und der Utopie, und die nun dabei ist, genau das Gegenteil zu werden. Aber unsere Aufgabe besteht vielleicht darin, diese Enttäuschung zu überwinden und mehr Europa, mehr Utopie, mehr Frieden angesichts all der schrecklichen Euroskeptiker zu fordern.

    „Was kann Literatur und Kunst in all dem bewirken?“, fragst Du in Deinem Brief.
    Ich denke, sie kann viel bewirken, weil sie dort ist, wo sie gebraucht wird. Sie kann die Erzählung und Vorstellungswelt Europas verändern, die Art, wie wir darüber denken, es uns vorstellen und begreifen. Menschen funktionieren durch Fiktion; alles ist Fiktion: Recht, Freiheit, die Grundprinzipien einer Gesellschaft; und die großen Herausforderungen, denen wir gegenüberstehen, brauchen große Erzählungen, um ihren Kurs zu ändern: Globale Erwärmung, Migration, Hyperkapitalismus, nationalistische Isolierung, all diese Herausforderungen, Gefahren oder Debatten erfordern Veränderungen der Narration, um anders geschrieben und gedacht werden zu können. Ich denke, Literatur kann all dies erdenken, unsere Beziehung zur Erde, die völlig neu erfunden werden sollte, ich denke, dass Utopie aus Erzählungen entsteht – wenn wir all das den Politikern überlassen, sind wir aufgeschmissen.

    Genau dieser Linken, von der Du sprichst, dieser Linken fehlt es völlig an Erzählungen. Sie hat keine Fiktion mehr, um voranzukommen, keine großen Auftritte, keine Erzählimpulse, und so kommt sie nicht voran. Die Rechte hingegen baut sich Erzählungen auf: der „große Ersatz“, die entrissenen Gebiete, die verachtenswerte „Globalisierung“, all das sind starke fiktionale Antriebe – ganz zweifellos zu Unrecht. Die Linke muss Erzählungen entwickeln.

    Und ihre größte Herausforderung besteht darin, die Register, die Töne, umzukehren. Das lexikalische Feld der Angst, der Resignation, der Gefahr darf nicht mehr vorherrschen wenn wir über Migration, Klimawandel, Globalisierung sprechen, sondern jenes der Herausforderung, des Aufschwungs, der gemeinsamen Bewegung. Die Beziehung zur Erde (die mich momentan beschäftigt) leidet weitgehend unter diesem semantischen Problem, sowie unter einem eklatanten Mangel an Vorstellungskraft, die aufgebaut werden muss. Warum haben wir so lange gewartet, um zu reagieren? Warum schaffen wir es nicht zu handeln? Weil wir uns nicht vorstellen können, was passiert. Weil wir es nicht sehen. Der Mensch ist so, er muss die Dinge visualisieren, um in Aktion zu treten.

    Lieber Hannes, ich bin vielleicht in andere Richtungen gegangen, aber so ist es ja auch mit Gesprächen.

    Ich finde es schön, dass „Allons Enfants“ uns dazu bringt, nach diesen schönen Tagen in Barcelona, den noch kommenden in Berlin, über all das zusammen nachzudenken; sich diese gemeinsamen Gebiete, geographischer und literarischer Natur, vorzustellen, diese fiktionalen und realen Räume, in denen wir gerne leben würden und von denen uns politische Belanglosigkeiten oft fernhalten.

    Ich freue mich darauf, Deine Antwort zu lesen, lieber Freund,

    Pierre

    Mon cher Hannes,

    Un grand merci pour ta lettre. Il y a plein de choses là-dedans, qui me donnent à penser et me feront rebondir ici.

    Tout d’abord oui, il y avait une sorte d’évidence, de limpidité européenne à être là, à Barcelone, un écrivain allemand et un écrivain français, réunis par un organisme littéraire berlinois, parlant en français, en allemand, en espagnol, et nous trouvant chez nous en Catalogne. Une évidence pour nous, une manière de vivre sans frontières qui est loin d’être évidente pour ceux qui rencontrent partout des murs et des frontières, et pour ceux qui voudraient en bâtir de nouvelles. Nos propos, qui me semblaient couler de source, sur cette même Europe dans laquelle nous avons grandi, cet espace que nous habitons naturellement, vivant dans une ville ou l’autre, voyageant sans cesse et sans même se poser la question d’une quelconque frontière, cet espace-là semblait problématique pour certains des Barcelonais venus nous écouter, très déçus visiblement par l’attitude de l’Union Européenne pendant la crise catalane de l’automne 2017.

    Et tout cela est lié à la sémantique, que tu soulèves avec justesse, et à ce sublime mot de Heimat. Comme tu le dis, il n’y a pas d’équivalent de ce mot en français, ni en espagnol, tout simplement parce que ce mot est unique, tout comme le saudade portugais. Heimat s’inscrit dans un régime de douceur, d’accueil, d’une délicatesse rare. C’est si loin de la patrie étouffante et agressive, ce serait plutôt une sorte de « chez soi », de « maison », ou plutôt « se sentir à la maison », mais qui sont bien bancals et faibles à côté de Heimat (et le merveilleux Heimweh qui en découle, ce mal, non pas du pays, mais de son pays, qui m’émeut, et que je sens parfois dans cette langue, en allemand, parce qu’on ne peut le penser que dans cette langue, qui est par ailleurs celle de ma mère, et donc colle parfaitement pour moi au mal du pays, qui est peut-être toujours celui de sa propre mère).

    Ce Heimat, c’est peut-être le mouvement que nous devrions adopter : glisser sur les lieux, y rester si la coïncidence se fait, en repartir si elle ne se fait pas. Etre à l’écoute de l’esprit des lieux, de l’accueil qu’ils nous font, ou pas, de notre capacité à nous y fondre.

    C’est ce qui m’est arrivé ici, à Barcelone : j’ai trouvé mon Heimat ici, encore plus que « chez moi » peut-être. Je me sens mieux ici que nulle part ailleurs, mieux qu’en France, en Autriche ou en Allemagne, alors que je n’ai aucun lien a priori avec l’Espagne. L’Espagne est mon lieu d’élection, celui qui m’a révélé à moi-même, celui où la chaleur humaine, l’ardeur et la tendresse, la puissance et l’hospitalité m’ont accueilli, ému, conquis. Je suis ici chez moi. Dans cette même ville sans cesse en prise avec ses problèmes identitaires, en tension avec le reste de l’Espagne, qui sait qui elle est et ne le sait pas, qui est généreuse et parfois repliée sur elle-même, eh bien cette même ville m’a accueilli à bras ouverts comme elle l’a fait de millions de personnes venues du monde entier.

    Le problème que l’on connaît en Catalogne en ce moment est le même qu’en Europe : nous pensons que les choses et les êtres circulent, or il n’en est rien. Nous sommes (et j’inclus là-dedans ma femme, Julieta, venue d’Argentine il y a 15 ans, ainsi que tous les millions de personnes venues des cinq continents) les déçus de l’Union Européenne, dans laquelle on croyait et croit toujours, qui était censée incarner une terre d’accueil, de culture, d’élan politique, un cadre excitant dans lequel se mouvoir et imaginer le futur, une terre de paix et d’utopie, et qui est en train de devenir tout le contraire. Or notre tâche est peut-être de surmonter cette déception et de demander plus d’Europe, plus d’utopie, plus de paix, devant tous les affreux eurosceptiques.

    Que peut la littérature et l’art dans tout cela ? te demandes-tu dans ta lettre.

    Je crois qu’elle peut faire beaucoup, parce qu’elle se situe là où il faut. Elle peut changer le récit sur l’Europe, son imaginaire, la façon que nous avons de la penser, de l’imaginer, de la concevoir. Les hommes marchent à la fiction ; tout l’est, le droit, la liberté, les principes fondamentaux d’une société sont tous des fictions ; et les grands défis que nous affrontons ont besoin de grands récits pour infléchir leur cours : le réchauffement climatique, les migrations, l’hyper-capitalisme, les replis nationalistes, tous ces défis, dangers ou débats nécessitent des changements de narration afin d’être écrits et pensés d’une autre façon. Je crois que la littérature peut penser tout ça, peut penser notre rapport à la Terre, qui est à réinventer entièrement, que l’utopie naît de récits – si on laisse tout ça aux hommes politiques, on est foutus.

    La gauche, justement, dont tu parles, la gauche est en manque complet de récits. Elle n’a plus de fiction vers laquelle avancer, pas de grand soir, pas d’élans narratifs, et donc elle n’avance pas. La droite, elle, avance vers des récits : le « grand remplacement », les territoires arrachés, la « globalisation » honnie, tout cela ce sont des moteurs fictionnels forts – à tort sans doute. La gauche doit construire des récits.

    Et son principal défi est d’inverser les registres, les tonalités. Ce n’est plus le champ lexical de la peur, de la résignation, du danger qui doivent régner lorsque l’on évoque les migrations, le changement climatique, la globalisation, mais bien celui du défi à relever, de l’élan, du mouvement commun. Le rapport à la Terre (qui m’occupe en ce moment) souffre largement de ce problème sémantique, ainsi que d’un manque flagrant d’imaginaire, qui reste à construire. Pourquoi a-t-on tant tardé à réagir ? Pourquoi ne parvient-on pas à agir ? Parce qu’on ne peut pas imaginer ce qui arrive. Parce qu’on ne le voit pas. L’homme est ainsi, il lui faut visualiser les choses pour entrer en action.

    Cher Hannes, je suis reparti peut-être dans d’autres directions, mais c’est ce à quoi nous mènent les conversations.

    Je trouve ça beau que ce Allons Enfants nous mène à réfléchir à tout cela ensemble, après ces belles journées passées à Barcelone, celles à venir à Berlin ; imaginer ces territoires communs, géographiques et littéraires, ces espaces fictifs et réels dans lesquels nous aimerions vivre, et desquels les contingences politiques souvent nous éloignent.

    Au plaisir de te lire, cher ami,

    Pierre

  • Cher Pierre,

    Je viens de relire avec plaisir ta lettre, un texte qui donne à réfléchir, empreint de doute, et pourtant profondément optimiste. Et je n’ai pas pu m’empêcher de rire, silencieusement – à la Bibliothèque nationale, où je travaille chaque jour, on se réjouit en silence ! – de ce que dans notre dialogue, jusqu’à présent – c’est du moins comme cela que je lis nos lettres avec un peu de recul –, j’ai endossé le rôle du pessimiste. L’Allemand pessimiste à Berlin et le Français optimiste à Barcelone, ce cliché m’a beaucoup amusé. Alors qu’en réalité, je me décrirais plutôt comme un optimiste. Sortons des cases, par ici les pensées positives !

    Tout d’abord, rapidement, puisque c’est ainsi que j’ai commencé ma première lettre : félicitations pour la Coupe du Monde, je me suis vraiment réjoui de la victoire française, et puis de ta superbe photo sur les réseaux sociaux, avec un ami, deux visages un peu flous avec le sourire jusqu’aux oreilles. Chouette que ce tournoi un peu poussif et souvent maussade se soit terminé ainsi !

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    Mais revenons à notre dialogue, ou plutôt directement à son cœur, que je situe dans ta dernière lettre dans la question de la force et de la signification des « récits collectifs », qui marquent souvent de façon inconsciente notre vie quotidienne à tous, et déterminent aussi la politique. J’ai longuement réfléchi à ce que tu écris, à savoir que la gauche a perdu ses récits, qu’elle n’a pas de réponse à l’évolution du monde. Le fait est que la gauche tirait sa force, en grande partie, d’un récit tourné vers l’avenir, la volonté de libérer les ouvriers et les prolétaires, d’améliorer leur éducation et leurs conditions de vie, « vers le soleil, vers la liberté ! ». La social-démocratie allemande a toujours eu peur de l’utopie, notamment au vu des horreurs du XXème siècle, elle a craint (à raison) le communisme, mais cette crainte a eu très tôt pour conséquence que les récits orientés vers l’avenir pouvaient être très fades, manquer d’ambition, qu’ils ont toujours évité le mot « socialiste », utilisé dans d’autres pays d’Europe comme une évidence. Depuis un certain nombre d’années, elle a l’air complètement figée, prisonnière entre tradition, volonté de renouvellement et incapacité de se libérer, dans ses idées et dans son langage, de son environnement néo-libéral. La gauche allemande paraît indécise, divisée entre les vieux traditionalistes, qui voudraient tout pardonner à la Russie, les internationalistes et les nationalistes soi-disant de gauche. Quant aux Verts ? lls n’osent pas penser en grand, ou se sont rendus compte que le passage d’un petit parti défendant certains intérêts à un grand parti est douloureux.

    Malgré une situation économique plus florissante que depuis de nombreuses années (j’ai lu que même dans le sud de l’Europe, les conséquences de la crise de 2008 sont presque surmontées – comment vois-tu cela, toi qui vis sur place ?), et un certain niveau de prospérité atteint en Allemagne, les choses ne vont pas forcément continuer à s’améliorer, et les récits de la peur ont manifestement la part belle, ils accrochent plus facilement, ils disent qu’il s’agit de conserver ce qui est acquis, de défendre ses possessions contre les autres, ceux d’ailleurs. Un récit simple, presque simpliste, si l’on pense au nombre de fois où il a déjà été utilisé, mais on ne peut que s’étonner de la constance avec laquelle il réapparaît à intervalles réguliers, comme une bouteille pleine d’air (et oui, appliquons cette image aux politiciens concernés !) que l’on enfonce dans l’eau.

    Le retour en arrière, donc, comme véritable alternative, comme se nomme cet infâme rassemblement d’ultraconservateurs et de gens d’extrême droite que les sondages créditent actuellement d’intentions de vote toujours plus importantes.

    N’oublions pas qu’en Allemagne aussi, un très grand nombre de gens n’ont pas accès à la richesse du pays, doivent cumuler les petits boulots pour payer leurs factures… L’intérim, la multiplication des « free lance », tous ces problèmes concernent aussi la riche Allemagne, mais touchent évidemment bien plus encore d’autres pays d’Europe. Lorsque j’ai pris conscience des différences de salaires dans l’entourage de ma compagne à Barcelone – et la vie n’est pas beaucoup moins chère là-bas, à Barcelone aussi, les loyers flambent – j’ai été vraiment choqué, de ma propre naïveté aussi : le point de vue autocentré de l’Allemand qui ne sait souvent pas grand-chose des conditions de vie dans les autres pays d’Europe.

    Voilà le pessimisme qui revient, la mélancolie allemande serait-elle en train de prendre le dessus ? J’avoue qu’avec les partis allemands, j’ai du mal à espérer, mais je vois aussi que beaucoup de gens s’opposent à ces récits de peur et de retour en arrière, des gens qui participent à des manifestations contre l’AfD, qui s’engagent au quotidien, qui font des dons pour le sauvetage en mer ou prennent la mer eux-mêmes lorsque la politique européenne échoue, la société civile se réveille, même les églises prennent position contre l’agressivité de l’extrême droite. Tout cela, ce sont des voix dispersées, dont nous n’entendons peut-être pas encore l’harmonie, parce qu’elles ne poursuivent pas un seul objectif, parce que, conformément à leur conception politique, il est évident de trouver des divergences dans une démocratie, elles la définissent. J’ai l’espoir que la masse de ces voix s’amplifie, que les sons disparates, quand il le faudra, formeront un chœur puissant ; on en voit les premiers signes.

    Il va falloir – et nous revenons à la gauche, et peut-être aussi aux libéraux et aux conservateurs qui tiennent vraiment au maintien de la démocratie, de la démocratie en elle-même, pas en tant que moyen pour atteindre une fin, parce qu’elle va dans leur sens ou semble offrir le cadre le plus sûr au capitalisme global, mais en tant que meilleur régime possible (ou comme disait Churchill, le plus mauvais à l’exception de tous les autres) –, pour les gens dans nos pays, sur ce petit bout de terre qu’est l’Europe, il va falloir que nous osions développer de nouveaux récits, nous serons forcés de le faire, lorsque les ressources viendront à manquer, lorsque l’automatisation progressera encore et que le monde du travail tel que nous le connaissons aujourd’hui cessera d’exister. Nous aurons alors besoin de gens qui ont de nouvelles visions, de nouvelles idées, qui sont capables de penser et de formuler de nouvelles façons de vivre, de nouvelles formes de vie en communauté. Je doute que la littérature puisse être directement impliquée là-dedans, ça ne peut pas être sa tâche, mais peut-être que des textes, des poèmes, des romans peuvent contribuer à garder vivante cette image de la diversité qui marque tant notre société actuelle, qui l’enrichit. Nous pouvons tourner nos regards vers les sociétés actuelles, passées et futures, nos peurs, ce qui constitue notre humanité, mais aussi au-delà, et en particulier au-delà de ces frontières auxquelles veulent revenir beaucoup de passéistes. Nous pouvons et devons participer plus activement au discours social, par-delà nos textes, en tant que voix politiques, nous pouvons exiger une précision dans la discussion, une exactitude qui manque aujourd’hui à de nombreux politiciens lorsqu’ils répondent aux nationalistes. La solution ne peut pas être dans l’imitation et la mise en place d’une version édulcorée de leurs exigences ; il faut être contre, penser autrement, aller de l’avant au lieu de revenir en arrière. Nous devons exiger ce courage, et peut-être pouvons-nous également en parler. Je suis en train d’écrire un roman autour d’un groupe d’anarchistes dans le Barcelone des années 1970, et même si l’anarchisme, même syndical comme on le trouve dans le sud de l’Europe, m’est étranger comme pensée politique et que beaucoup de ses objectifs me semblent irréalistes, je suis impressionné par cette volonté de créer quelque chose de vraiment différent, une vraie alternative, qui caractérisait ses représentants, en particulier la volonté d’un internationalisme vécu. Je pense également que la gauche, dans sa recherche de récits politiques, devrait peut-être enfin dépasser Marx, dont les analyses sociétales restent étonnamment actuelles, mais dont la vision politique, dans un monde du travail en pleine mutation, où le travail finira par ne plus occuper une place centrale dans nos vies, devient inopérante. Peut-être la gauche peut-elle revenir sur sa propre évolution avant Marx, peut-être peut-elle trouver comment aller de l’avant en regardant derrière elle. Ou est-ce que je me trompe ? Et que la faiblesse de la gauche ne réside peut-être pas dans sa fixation sur la pensée de Marx et les théories qui en découlent, mais dans l’installation dans un status quo qui rend impossible une vraie remise en question de la conception néo-capitaliste de notre société ? Bien sûr, me diras-tu peut-être, il y a des mouvements comme Podemos en Espagne, mais là encore il y a trop de Marx à mon goût, trop de vieux remèdes pour des maux nouveaux, ou du moins différents. Un nouveau départ paraît nécessaire, surtout en France et en Allemagne, ce cœur de l’Europe qui bat bien faiblement en ce moment, et la question se pose alors de savoir comment adviendra ce nouveau départ. Mon espoir, c’est qu’il naîtra de cette multitude de voix que nous entendons d’ores et déjà. Peut-être un auteur ou un philosophe est-il déjà en train d’écrire le récit d’une Europe unie, ouverte, qui enthousiasmera tout le monde ou peut-être, ce qui serait plus en phase avec notre époque, que ce doit être un groupe de gens qui doit développer ce genre de récits.

    Tu vois, mon cher Pierre, l’optimisme m’a emmené aux limites du pathos. Et une nouvelle fois, cela me fait rire, parce que le pathos, avec sa pompe wagnérienne, peut être très allemand. On ne se refait pas. Et pourtant, je sais que lorsque je descendrai de l’avion à Barcelone, vendredi, je me sentirai, comme toujours, heimisch, chez moi. Se sentir chez soi dans des lieux multiples, sous différents toits et avec des gens de toutes origines, voilà ce que je souhaite, que tous les Européens, pas seulement les étudiants, aillent vivre un an dans un autre pays. Ça changerait peut-être beaucoup de choses. Car il y a beaucoup de choses à changer, tu ne penses pas ?

    Un abrazo

    Hannes

    Lieber Pierre,

    gerade habe ich erneut und voller Freude Deinen Brief gelesen, der ein wunderbar nachdenklicher, zweifelnder und doch ausgesprochen optimistischer Text ist. Und ich musste lachen, stumm lachen – denn hier in der Staatsbibliothek, in der ich jeden Tag arbeite, freut man sich leise! – darüber, dass ich in unserem Dialog bisher, so lese ich unsere Briefe zumindest mit einigem Abstand, die Rolle des Pessimisten übernommen habe. Der pessimistische Deutsche in Berlin und der optimistische Franzose in Barcelona, dieses Klischee hat mich sehr amüsiert.  Und dass, obwohl ich mich eigentlich selber als einen Optimisten bezeichnen würde. Also raus aus den Schubladen, her mit mehr positiven Gedanken!

    Zunächst, und das nur kurz, weil ich meinen ersten Brief so begonnen hatte: einen Glückwunsch zum Gewinn der Weltmeisterschaft, ich habe mich wirklich sehr über den französischen Sieg gefreut, dazu dein großartiges Foto in den sozialen Netzwerken mit einem Freund, leicht verwackelt zwei Gesichter, die bis über beide Ohren grinsen. Schön, dass dieses etwas zähe, oft unschöne Turnier so zu Ende geht!

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    Aber jetzt zurück zu unserem Dialog beziehungsweise direkt zum eigentlichen Kern, den ich für mich in deinem letzten Brief vor allem in der Frage nach der Kraft und Bedeutung der Narrative gefunden habe, der „récits collectifs“, die im Kleinen unser aller alltägliches Leben oft unbewusst prägen, die aber auch die große Politik bestimmen. Ich habe sehr lange über deine Aussage nachgedacht, dass der Linken das Narrativ abhandengekommen ist, dass ihr eine Antwort auf die globalen Entwicklungen fehlt. Es ist so, dass die Linke ihre Kraft meist vor allem aus einer vorwärts gerichteten Erzählung gewonnen hat, aus dem Wunsch nach der Befreiung der Arbeiter und Proletarier, deren Bildung, Verbesserung ihrer Lebensumstände, „zur Sonne, zur Freiheit!“. Die Sozialdemokratie in Deutschland hat sich, auch unter dem Eindruck der Grauen des 20. Jahrhunderts, immer vor der Utopie gescheut, sie hat den Kommunismus (zurecht) gefürchtet, aber diese Furcht hat schon früh dafür gesorgt, dass die in die Zukunft gerichteten Narrative sehr zahm, sehr ambitionslos sein konnten, dass sie auch das Wort „sozialistisch“, das in anderen Ländern Europas wie selbstverständlich verwendet wird, immer vermieden hat. Seit vielen Jahren wirkt sie nun völlig erstarrt, gefangen zwischen Tradition, Wünschen nach Erneuerung und Unfähigkeit, sich in ihren politischen Ideen und ihrer Sprache aus dem neoliberalen Umfeld befreien zu können. Und die Linke in Deutschland scheint ebenfalls unentschlossen, gespalten, zwischen alten Traditionalisten, die Russland immer alles verzeihen wollen, zwischen Internationalisten und Nationalisten im linken Gewand. Und die Grünen? Trauen sich immer noch nicht recht größer zu denken, oder haben die Erfahrung machen müssen, dass der Übergang von einer kleinen Interessenpartei zu einer Großpartei ein schmerzhafter ist.

    Und deshalb haben es jetzt, in dieser Zeit, in der es Deutschland wirtschaftlich so gut geht wie seit Jahren nicht mehr (auch in Südeuropa lese ich, sollen die Folgen der Krise von 2008 langsam überwunden sein – wie siehst Du das als jemand, der vor Ort lebt?), in der ein gewisses Maß an Wohlstand erreicht ist aber es nicht mehr unbedingt immer besser werden wird, da haben es offenbar die Narrative der Angst deutlich einfacher, sie verfangen leichter, denn es geht ja offenbar darum, Besitzstände zu bewahren, das Erlangte zu verteidigen gegen die anderen, die Fremden. Ein einfaches Narrativ, fast dümmlich, vor allem wenn man bedenkt, wie oft es schon angewendet wurde, aber man kann immer nur wieder staunen darüber, wie verlässlich es in gewissen Abständen wieder auftaucht, wie eine mit Luft gefüllte Flasche (und ja, dieses Bild bitte ganz unbedingt auch auf die entsprechenden Politiker zu beziehen!), die man unter Wasser drückt.

    Der Weg zurück also, als die wahre Alternative, wie sich auch jene gräusliche Ansammlung von Erzkonservativen und Rechtsradikalen nennt, deren Umfragewerte in Deutschland momentan nach oben kein Limit zu kennen scheint.

    Dabei soll eines gesagt sein: natürlich gibt es auch in Deutschland sehr viele Menschen, die nicht teilhaben am Reichtum des Landes, die in mehreren Jobs arbeiten müssen, um ihre alltäglichen Kosten zu decken, Zeitarbeit, überall Auslagerung in vermeintliche Selbstständigkeit, all das sind Probleme, die auch das reiche Deutschland betreffen, andere Länder Europas aber natürlich noch viel stärker. Als ich anhand des Umfeldes meiner Freundin in Barcelona die Unterschiede in den Löhnen vor Augen geführt bekam – und das bei kaum geringeren Lebenskosten, denn auch in Barcelona explodieren die Mieten – war ich offen schockiert, auch über meine eigene Blindheit, den Nabelblick des Deutschen, der die anderen Lebensumstände in Europa oft viel zu wenig kennt.

    Also doch wieder Pessimismus, setzt sich die deutsche Schwermut durch? Ich gebe zu, dass es mir beim Blick auf die deutschen Parteien manchmal schwer fällt, mir viele Hoffnungen zu machen, aber andererseits sehe ich doch, wie viele Menschen sich dem Narrativ der Angst und der Rückwendung wiedersetzen, Menschen, die auf Demonstrationen gegen die AfD gehen, die sich engagieren in ihrem Alltag, die für die Seenotrettung spenden oder tatsächlich selber in See stechen, wenn die europäische Politik versagt, die Zivilgesellschaft wacht auf, selbst die Kirchen positionieren sich gegen die Aggressivität der Rechten. All das sind verteilte Stimmen, deren Zusammenklang wir vielleicht noch nicht hören, weil sie nicht einem Ziel folgen, weil es ihrem politischen Verständnis nach selbstverständlich ist, dass es in einer Demokratie Varianzen und Abweichungen gibt, dass genau sie ihr im Kern zu eigen sind. Ich habe die Hoffnung, dass die Masse dieser Stimmen noch lauter werden wird, dass sich aus den vielen Klängen, wenn es darauf ankommt, ein kräftiger Chor erhebt, erste Anzeichen dafür gibt es.

    Es wird aber, und damit kehren wir zur Linken und vielleicht auch zu jenen Liberalen und Konservativen zurück, denen am Erhalt der Demokratie wirklich gelegen ist, und zwar der Demokratie um ihrer Selbst willen, nicht als Mittel zum Zweck, weil sie die eigene Agenda befördert und den sichersten Rahmen für den globalen Kapitalismus zu bieten scheint, sondern als beste Regierungsform (oder als schlechteste mit Ausnahme aller anderer nach Churchill) für die Menschen in unseren Ländern, in diesem kleinen Fleck Europa, es wird darauf ankommen, dass wir uns trauen neue Narrative zu entwickeln, wir werden gezwungen sein dies zu tun, wenn die Ressourcen knapper werden, wenn die Automatisierung weiter fortschreitet und die Arbeitswelt, wie wir sie heute kennen, aufhören wird zu existieren.  Dann werden wir Menschen brauchen, die neue Visionen haben, neue Ideen, die neue Lebenswelten und Gemeinschaftsformen denken und formulieren können. Dass die Literatur daran direkt beteiligt sein wird, bezweifle ich, es kann nicht ihre Aufgabe sein, aber vielleicht können Texte, Gedichte, Romane, dabei helfen dieses Bild der Vielfalt am Leben zu halten, das unsere heutige Gesellschaft so sehr prägt, das sie bereichert. Wir können unseren vielfältigen Blick auf unsere aktuellen Gesellschaften richten, auf vergangene, vielleicht auf zukünftige, auf unsere Ängste, auf den Kern des Menschseins, aber auch darüber hinaus, vor allem über jene Grenzen, zu denen viele Gestrige zurückwollen. Wir können und müssen verstärkt als Akteure im gesellschaftlichen Diskurs teilnehmen, über unsere Texte hinaus als politische Stimmen, wir können die Schärfe in der Diskussion einfordern, die Genauigkeit, die vielen Politikern heute im Umgang mit den Nationalisten fehlt. Nicht ein Nachmachen, ein Nachplappern und aufgeweichtes Umsetzen ihrer Forderungen kann die Lösung sein, sondern ein Dagegen, ein Andersdenken, ein Vorwärts auch, kein Zurück. Diesen Mut müssen wir einfordern, vielleicht können wir von ihm auch erzählen. Gerade schreibe ich an einem Roman, in dessen Zentrum eine Gruppe von Anarchisten im Barcelona der 70er Jahre steht, und obwohl mir der Anarchismus, auch der syndikalistische Anarchismus südeuropäischer Prägung, als politische Denkrichtung doch recht fremd ist und mir viele seiner Ziele unrealistisch erscheinen, bin ich beeindruckt vom Willen nach etwas ganz anderem, nach einer wirklichen Alternative, die in seinen Vertretern lebendig war, vor allem, in seinem Willen zum wirklichen, gelebten Internationalismus. Auch denke ich, dass die Linke, in der Suche nach politischen Narrativen, vielleicht endlich über Marx hinweg muss, dessen gesellschaftliche Analysen weiterhin erstaunlich anwendbar sind, dessen politische Vision aber, auch in Anbetracht der sich wandelnden Arbeitswelt, des am Horizont heranziehenden Verlustes von Arbeit als des zentrale Movens, das unsere Lebenswelt prägt, zunehmend ins Leere gehen. Vielleicht kann die Linke auch zurückschauen auf die eigene Entwicklung vor Marx, kann sie den Weg nach vorne durch einen Blick zurück finden. Oder irre ich mich? Ist die Schwäche der Linken nicht das Erstarren in Marx‘ Gedankenwelt und der daraus entwickelten Theorien, sondern einfach das Einrichten im Status Quo, der es unmöglich macht, die neokapitalistische Verfasstheit unserer Gesellschaft noch grundsätzlich in Frage zu stellen? Natürlich, magst du sagen, gibt es Bewegungen wie Podemos in Spanien, aber da finde ich dann für meinen Geschmack wieder zu viel Marx, zu viel alte Medizin für neue, oder zumindest veränderte Schmerzen. Ein Neuanfang scheint nötig, gerade in Frankreich und Deutschland, diesem Herz Europas, das gerad sehr schwach schlägt, und so stellt sich die Frage, wie er vonstattengehen soll, dieser Neuanfang. Meine Hoffnung ist, dass er aus dem Vielklang der Stimmen erwachsen wird, die wir jetzt schon hören. Und vielleicht sitzt ja irgendwo schon ein Autor und Philosoph und schreibt an einem Narrativ für ein offenes, vereintes Europa, das uns alle begeistern wird, oder vielleicht müsste es, unserer Zeit gemäß, vielmehr eine Gruppe Menschen sein, die solche Narrative entwickelt.

    Du siehst, lieber Pierre, jetzt hat mich der Optimismus tatsächlich bis nahe an das Pathos getragen. Und wieder muss ich lachen darüber, weil das Pathos, wagnerisch pompös, sehr Deutsch sein kann. Aus meiner Haut kann ich wohl doch nicht. Und trotzdem weiß ich, dass ich, wenn ich Freitag aus dem Flieger nach Barcelona steige, mich dort wie immer heimisch fühlen werde. Ein Zuhause an vielen Orten, ein Zuhause mit vielen Dächern und Menschen aller couleur, das wünsche ich mir, ein Jahr Leben für jeden Europäer in einem anderen Land, nicht nur für die Studenten. Vielleicht würde das vieles verändern. Denn viel zu ändern gilt es, denkst du nicht?

    Un abrazo

    Dein Hannes

  • Cher Hannes,

    L’été, le lourd et brillant été s’achève lentement, je me remets à t’écrire (après t’avoir traduit en espagnol, drôle d’expérience).

    Ta dernière lettre est très riche, pleine de réflexions, je reprendrai tout ça à la volée et repartirai là où le cœur m’en dit.

    Je me suis arrêté deux fois sur le mot Narrativ, en me demandant si tu voulais désigner ainsi des récits collectifs ou bien parler de « narration » plus littéraire, si tu parlais, en somme, de littérature ou de politique, et je me suis dit que ce doute lui-même était significatif, les deux étant, dans ce cas, à peu près indémêlables.

    Tous les piliers sur lesquels sont fondées nos sociétés sont des fictions, des récits que l’on construit : la loi, la justice, l’égalité, etc. (y compris l’argent), tout cela n’existe pas en tant que tel, on les invente, elles flottent quelque part, elles n’ont pas de réalité, et pourtant nos sociétés humaines sont fondées dessus. Tout ce qui nous définit en tant qu’êtres humains et sociétés est une immense fiction, nécessaire à leur bon fonctionnement.

    Ceci posé, on voit bien qu’il nous faut donc de nouvelles fictions pour continuer à avancer en tant que communauté. C’est en cela que je parlais de fictions, de récits collectifs, et c’est ainsi que je te lis (d’où le doute : sont-ce des récits politiques ? Littéraires ? Qui les forme et comment ?). Ce serait trop complexe et incertain d’essayer de détailler ici comment ils se forment, on pourrait plutôt se poser la question des nouveaux récits à construire.

    C’est par ignorance des nouvelles lignes de fracture que nous sommes incapables de produire de nouveaux récits. Et cela me paraît assez clair concernant le sujet essentiel aujourd’hui : ce que Bruno Latour appelle le Terrestre dans son magistral livre Où atterrir (2017). Nous ne savons pas comment habiter sur de nouvelles modalités la Terre, comment réinventer nos appartenances aux sols, aux mers, à la planète, parce que nous ne savons pas quel est le problème. Enfin oui, maintenant nous pouvons voir à peu près quel est le problème, mais comment y remédier ? Par de nouveaux récits.

    Comment réinvestir le monde, l’habiter d’une autre manière, non plus sur le mode de la domination, de la destruction, mais d’une danse, d’une mobilité, d’une connaissance, d’une interconnexion ? Je ne sais pas, bien sûr, et personne ne sait, mais j’aimerais justement me poser modestement la question dans mon nouveau roman.

    Je suis comme toi, je ne pense pas que la littérature puisse grand-chose, un livre ne change pas le monde, ou alors très très rarement, et ça n’a bien sûr aucun sens de l’espérer des siens, mais je pense plutôt que la littérature est un mode de connaissance, de compréhension, d’appréhension sensible des choses, pour celui qui écrit, et, si cela fonctionne, pour celui qui la lit.

    Ce qui me préoccupe avant tout, dans l’écriture, c’est le rythme, la pulsation, le mouvement. Ensuite la forme romanesque, la structure, les mouvements possibles là aussi. Mais, comme je pense qu’un roman peut tout faire, tout englober et tout tenter à la fois, je me dis qu’il pourrait aussi penser le monde, en l’occurrence contemporain, appréhender sa forme, ses questionnements, ses problématiques, et en les mettant en forme leur donner une réalité sensible que seuls la fiction et l’art permettent de créer. Le journalisme est vital, mais seul le récit nous permet d’entrer vraiment dans les choses. Entre « 95 morts en Syrie » et un récit qui nous fasse entrer dans ce massacre, il y a un monde. L’un nous laisse à l’extérieur, l’autre non.

    La littérature ne peut pas grand-chose, certes, mais elle peut ça.

    C’est très loin, je crois, de ce qu’on appelait au 20e siècle la littérature engagée, qui, en produisant des œuvres partiales, dirigées vers un but et une idée préétablie, se trompe. Le roman doit mettre en branle des forces, qui s’affrontent ensuite librement, sans que l’auteur ne sache où elles vont aller. Là encore, c’est le rythme propre à un roman, sa tonalité souterraine qui vont dicter l’avancée de l’intrigue.

    Pour en revenir à la politique, la gauche est en panne parce qu’elle n’a pas d’imagination et ne sait pas où ni comment créer de nouveaux récits. Le capitalisme est une telle machine qu’elle a avalé la gauche et n’en a laissé que des miettes. La gauche devrait se réinventer autour de cette nouvelle ligne de fracture : Terre / non-Terre ; universalité / local. Et dans cette dernière dualité, justement, apprendre à penser les deux à la fois :  le microscopique des sols et l’ensemble du vivant, la géologie en même temps que l’économie, elle doit penser large et relié, et appréhender de nouveau l’ensemble du terrestre.

    Mais tout ça ce sont de grandes paroles, et les hommes politiques de gauche sont très loin de ces considérations, engluées entre une social-démocratie d’une rare fadeur et une extrême gauche (en tout cas en France) incapable de penser ce monde moderne-là. Si j’apprécie Podemos en Espagne, par exemple, c’est parce qu’ils n’ont pas peur de se colleter à ce réalité-là.

    Et la ligne de fracture, c’est aussi le marxisme. Marx est toujours opérant, la société est toujours fondée sur des rapports de production et de classe, mais il a été bien sûr historiquement disqualifié. Il faut à la fois oublier Marx et le réinventer. Cela pourrait passer par le rapport au sol. C’est pourquoi la question des migrants est centrale : ils incarnent ce rapport de classe à la terre. Des hommes sont privés de terre, d’autres la détruisent sciemment. Certains hommes auront bientôt les pieds dans l’eau, d’autres volent au-dessus. Certains seront emportés par les vagues et les tempêtes, d’autres se réfugieront dans des bunkers. La ligne de fracture est là. Elle existe, elle est visible. Et elle va nous péter à la gueule. Et les pays riches, responsables de ce désastre-là, ferment leurs frontières, car ils ont peur de ça. Ils savent que l’eau va manquer, que les terres vont manquer, que la nourriture va manquer, et que ceux qui en seront privés viendront les chercher là où elles sont, c’est-à-dire chez eux. Ce n’est pas encore le cas, mais ils le sentent venir. Alors ils ferment les frontières, bâtissent des murs, ne laissant que la lumière allumée.

    S’ils se recroquevillent sur leurs terres, c’est parce qu’ils en seront bientôt privés. Cela tremble, partout, sous nos pieds à tous, et la vague réactionnaire s’explique à mon avis par ce sentiment de peur, de trouble, de danger que sentent ceux qui ont encore quelque chose à perdre.

    Voilà en tout cas les questions politiques et littéraires qui m’agitent en ce moment.

    Je trouve intéressant d’essayer de faire rentrer ce contemporain-là dans le roman. Ça l’agite, le bouscule, le questionne, et tout est bon, je crois, pour éviter que le roman ne flétrisse. Mais peut-être me diras-tu le contraire, et j’en serais ravi.

    Bon, à part ça, la France est championne du monde, et on est bien contents !

    Je t’embrasse,

    À bientôt mon cher Hannes !

    Pierre

    Lieber Hannes,

    Der Sommer, dieser drückende und leuchtende Sommer geht langsam zu Ende, ich fange wieder an dir zu schreiben (nachdem ich dich ins Spanische übersetzt habe, eine komische Erfahrung).

    Dein letzter Brief ist sehr ideenreich, voller Überlegungen, ich werde das alles nach und nach aufgreifen und zunächst dort ansetzen, wo mein Herz mich hinlenkt.

    Zweimal musste ich beim Wort Narrativ stocken und habe mich gefragt, ob du damit kollektive Geschichten, oder „Erzählungen“ im literarischen Sinne bezeichnen willst, ob du im Großen und Ganzen über Literatur oder über Politik sprichst, und ich habe mir gedacht, dass diese Ungewissheit selbst bedeutsam ist, da die beiden in diesem Fall nahezu unzertrennlich miteinander verwoben sind.

    Alle Säulen, auf denen unsere Gesellschaften aufbaut, sind Fiktionen, Geschichten, die wir konstruieren: Recht, Gerechtigkeit, Gleichheit usw. (auch Geld), sie alle existieren nicht als solche, sie sind erfunden, schweben irgendwo, haben keine Realität, und dennoch fußt unsere Gesellschaft auf ihnen. Alles, was uns als Menschen und Gesellschaft definiert, ist eine gigantische Fiktion, die für das richtige Funktionieren notwendig ist.

    Vor diesem Hintergrund können wir erkennen, dass wir neue Fiktionen brauchen, um als Gemeinschaft weiter voranzukommen. In diesem Sinne habe ich über Fiktionen gesprochen, über kollektive Geschichten, und so verstehe ich dich (daher die Ungewissheit: meinst du politische Geschichten? Literarische? Wer formt sie und wie?). Es wäre zu komplex und zu riskant, hier zu beschreiben, wie diese Geschichten gebildet werden und wir sollten uns lieber um die neuen Geschichten kümmern, die es zu erschaffen gilt.

    Es ist die Unkenntnis der neuen Bruchlinien, die uns unfähig macht, neue Geschichten zu produzieren. Und das scheint mir ziemlich klar zu sein, in Bezug auf das derzeit wesentliche Thema: Bruno Latour nennt es das Terrestrische in seinem meisterhaften Buch Das terrestrische Manifest (Originaltitel: Où atterrir ?, 2017). Wir wissen nicht, wie wir unter den neuen Bedingungen die Erde bewohnen, wie wir unsere Zugehörigkeit zum Boden, zu den Meeren, zum Planeten neu erfinden können, weil wir nicht wissen, was das Problem ist. Nun ja, allmählich erkennen wir in etwa, was das Problem ist, aber wie kann es behoben werden? Durch neue Erzählungen.

    Wie können wir uns die Welt wieder aneignen, sie auf andere Weise bewohnen, nicht mehr beherrschend, zerstörend, sondern durch eine Art Tanz, durch Bewegung, durch Wissen, durch Vernetzung? Die Antwort darauf kenne ich natürlich nicht, niemand kennt sie, aber genau diese Frage würde ich mir gerne ganz bescheiden in meinem neuen Roman stellen.

    Ich bin wie du und glaube nicht, dass Literatur viel bewirken kann, ein Buch verändert nicht die Welt oder nur sehr, sehr selten, und natürlich macht es keinen Sinn, dies von seinen eigenen zu erhoffen, aber ich denke, dass Literatur eine Art des Wissens, des Verstehens, des sinnlichen Erfassens von Dingen ist, für den, der schreibt, und, wenn es funktioniert, für den, der sie liest.

    Was mich beim Schreiben in erster Linie beschäftigt, ist der Rhythmus, das Pulsieren, die Bewegung. Später dann die Romanform, die Struktur, und auch hier die möglichen Bewegungen. Da ich aber glaube, dass ein Roman alles kann, alles umfasst und alles auf einmal versucht, denke ich mir, dass er auch die Welt erfinden kann, in diesem Fall die Gegenwart, ihre Form, ihre Fragen, ihre Probleme erfassen kann, und indem er sie in Form bringt, gibt er ihnen eine erfahrbare Realität, und das ist etwas, das nur Fiktion und Kunst schaffen können. Journalismus ist lebenswichtig, aber nur eine Erzählung erlaubt es uns, wirklich in Dinge hineinzugehen. Zwischen „95 Tote in Syrien“ und einer Geschichte, die uns in dieses Massaker hineinbringt, liegen Welten. Das eine lässt uns außen vor, das andere nicht.

    Literatur kann sicherlich nicht viel tun, aber sie kann das tun.

    Ihr Potential ist sehr weit entfernt, glaube ich, von der im 20. Jahrhundert so genannten Engagierten Literatur, die, indem sie einseitige Werke produziert, die auf ein Ziel und eine vorher festgelegte Idee ausgerichtet sind, fehlgeht. Der Roman muss Kräfte in Bewegung setzen, die dann frei aufeinanderprallen, ohne, dass der Autor weiß, wohin dies führt. Auch hier ist es der Rhythmus eines Romans, sein unterirdischer Ton, der das Fortschreiten der Handlung vorschreibt.

    Und um wieder auf die Politik zurückzukommen, versagt die Linke deswegen, weil sie keine Vorstellungskraft hat und weder weiß wo, noch wie man neue Erzählungen schafft. Der Kapitalismus ist eine solche Maschinerie, dass er die Linke verschluckt und nur Krümel von ihr übriggelassen hat. Die Linke täte gut daran, sich um diese neue Bruchlinie herum neu zu erfinden: Erde / Nicht-Erde; Gesamtheit / Örtlichkeit. Und was eben diese letzte Dualität betrifft, sollte sie lernen, beide auf einmal zu beachten: das mikroskopisch Kleine der Erde und die Gesamtheit der Lebewesen, Geologie und gleichzeitig Wirtschaft, sie muss weiträumig und vernetzt denken, und wieder das Erdenganze erfassen.

    Aber all das sind große Worte, und die Politiker der Linken sind sehr weit von diesen Überlegungen entfernt, sie sind stecken geblieben zwischen einer ach so faden Sozialdemokratie und einer radikalen Linken (zumindest in Frankreich), die sich diese moderne Welt nicht vorstellen kann. Wenn ich zum Beispiel die Partei Podemos in Spanien schätze, dann deshalb, weil sie keine Angst hat, sich mit dieser Realität auseinanderzusetzen.

    Und die Bruchlinie verkörpert auch den Marxismus. Marx ist immer noch immer operationell, die Gesellschaft basiert immer noch auf Produktions- und Klassenverhältnissen, aber natürlich wurde er historisch disqualifiziert. Wir müssen Marx gleichermaßen vergessen und ihn neu erfinden. Dies könnte durch den Bezug zum Boden gelingen. Deshalb ist das Thema Migration von zentraler Bedeutung: Es verkörpert dieses Klassenverhältnis zum Boden. Einigen Menschen wird Land entzogen, andere zerstören es wissentlich. Einige Menschen stehen bald mit den Füßen im Wasser, andere fliegen darüber. Einige werden von Wellen und Stürmen weggefegt, andere werden in Bunkern Zuflucht suchen. Die Bruchlinie ist dort. Sie existiert, sie ist sichtbar. Und sie wird uns um die Ohren fliegen. Und die reichen Länder, die für diese Katastrophe verantwortlich sind, machen ihre Grenzen zu, weil sie Angst davor haben. Sie wissen, dass das Wasser knapp wird, dass es an Boden mangeln wird, dass es an Nahrung mangeln wird, und dass diejenigen, die all dessen beraubt wurden, all diese Güter dort suchen werden, wo es noch welche gibt, das heißt bei ihnen. Es ist noch nicht soweit, aber sie spüren es schon näherkommen. Darum schließen sie die Grenzen, bauen Mauern und lassen aber das Licht brennen.

    Wenn sie sich auf ihrem Land einmauern, dann deshalb, weil sie dessen bald beraubt sein werden. Es vibriert überall, unter unser aller Füßen, und die reaktionäre Welle erklärt sich meiner Meinung nach durch diese Gefühle der Angst, der Unruhe, der Gefahr, die von denen empfunden werden, die noch etwas zu verlieren haben.

    Auf jeden Fall sind dies die politischen und literarischen Fragen, die mich im Moment bewegen.

    Ich finde den Versuch interessant, diese Gegenwart in den Roman hinein zu bringen. Es bringt Bewegung hinein, rüttelt ihn auf, hinterfragt ihn, und jedes Mittel ist gut, denke ich, um zu verhindern, dass der Roman eingeht. Aber vielleicht wirst du mir ja das Gegenteil sagen, worüber ich hocherfreut wäre.

    Abgesehen davon ist Frankreich Weltmeister und wir sind glücklich!

    Ich umarme dich,

    Bis bald, mein lieber Hannes!

    Pierre

  • Cher Pierre,

    Je viens de relire ta lettre, cette fois dans sa traduction allemande ; avant de partir en vacances (nous sommes tous les deux allés en Sicile cette année, quel intéressant hasard – j’y reviendrai), je l’avais déjà lue deux fois en français et m’étais promis d’y répondre aussitôt, et puis tu sais ce que c’est, les projets, le temps : soudain, septembre est là, l’été s’enfuit tout doucement, il fait encore preuve d’une force étonnante en journée, mais les nuits présagent déjà l’automne berlinois, qui montrera sans doute bien vite son visage gris et pluvieux.

    Après la lecture de ta lettre si riche, si intéressante, moi aussi je me demande où rebondir, mais je vais peut-être le faire avec le terrestre, le sol, ce concept et ce complexe thématique dont tu dis qu’il occupera une place centrale dans ton nouveau roman – que je suis déjà impatient de lire ! En Sicile, il était impressionnant de voir, dans les temples grecs et romains, les mosaïques de l’époque des rois normands, l’entrelacs magnifique d’éléments gréco-byzantins, normands et arabes, et à quel point cette île à la périphérie sud de l’Europe peut être un exemple et un avertissement pour notre époque. Une terre, un sol, un terrain marqués par plusieurs douzaines de cultures, colonisés (dans une acception encore lointaine du sens moderne, colonialiste du mot), conquis, occupés un nombre incalculable de fois au cours des siècles. Un sol souvent aride qui devient soudain verdoyant, qui vous surprend, qui se fissure sur les îles éoliennes, émet des vapeurs de soufre et, même, de la lave en fusion. Une île située à la rencontre de deux plaques continentales, la plaque eurasienne et la plaque africaine, belle image là encore d’un lieu intermédiaire, de passage.

    Nous n’avons pas spécialement vu de réfugiés, mais des ferrys partaient d’Agrigente pour Linosa ou Lampedusa, des lieux dont on a beaucoup entendu parler ces dernières années, et dans les endroits touristiques, comme Taormine, dont j’ai trouvé qu’elle faisait désagréablement étalage de sa richesse, on voit des vendeurs de rue venus d’Afrique, au bord des places, au bord des plages, parfois avec leur femme et leurs enfants près d’eux. Des gens dont tant d’autres parlent volontiers comme d’une masse abstraite, une menace, peut-être d’autant plus forte lorsqu’on ajoute l’élément religieux au récit de la peur, l’histoire du menaçant islam.

    Voilà le concept de récit qui revient, et tu te demandais dans ta dernière lettre comment je le comprenais et voudrais qu’il soit utilisé. Les deux acceptions sont justes et importantes, je crois, le récit politique et social, mais aussi la petite histoire littéraire toute simple, la fiction poétique, qui partant de ce petit noyau peut grandir jusqu’à s’inscrire dans la mémoire collective, qui peut devenir une des fictions politiques et sociétales dont est fait, tu as raison, notre quotidien, dont sont faits nos États, notre vivre ensemble. Ce genre de textes a existé régulièrement, ce n’est certainement pas un hasard si 1984 de George Orwell s’est si bien vendu l’année dernière, tout comme son Hommage to Catalunya – pour revenir brièvement sur un sujet évoqué dans nos lettres précédentes.

    L’histoire que nous raconte la Sicile est très intéressante, c’est l’histoire des rois normands, un groupe de migrants belliqueux venus du nord, qui avaient quitté une patrie aux conditions de vie trop difficiles, et régnèrent sur l’île pendant quelques décennies, en sachant mêler leurs propres éléments culturels avec ceux qu’ils avaient trouvés sur place, accueillir des influences étrangères pour en faire quelque chose de nouveau et d’impressionnant, largement considéré aujourd’hui comme un âge d’or de l’île. Ce qui est intéressant lorsqu’on pense, en comparaison, à la perception actuelle de l’étranger. Mais il semble qu’on ait tendance à ignorer assez facilement cette perspective de l’émigration, de la transformation d’anciennes structures, pour peu que les migrants aient la peau claire, soient peut-être même blonds, comme ce fut souvent le cas en Amérique du Nord. L’historien en moi reste toujours sans voix devant la cécité dont nous faisons preuve face à notre propre histoire, et la célèbre citation de Santayana (« Those who cannot remember the past are condemned to repeat it ») s’impose souvent à mon esprit.

    Personne n’a jamais pu s’isoler complètement, ni l’Empire romain, ni l’Empire chinois, et les Empires américain ou européen ne seront pas en mesure de le faire, si les habitants des pays qui souffrent le plus des conséquences de notre mode de vie se mettent en route pour faire valoir leur droit à un peu de terre, à un lieu. Aucun mur ni autre barrière ne pourra contenir ce genre de mouvement, ils ne l’ont jamais fait, et la force sera impuissante elle aussi, d’autant que le recours à la force aux frontières, qu’apparemment de plus en plus de gens envisagent secrètement, honteusement, l’idée du recours aux armes jaillissant brièvement dans leur esprit, signifierait la fin de tout ce que symbolise volontiers l’Europe.

    Tu suggères les concepts de mobilité, d’interconnexion, de danse, comme autant de moyens de réinvestir la terre. En Sicile, j’ai vu, et toi aussi, probablement, les choses merveilleuses qui peuvent naître de l’interconnexion de gens issus de contextes culturels très différents, et à quel point la mobilité, d’un endroit à l’autre, apporte des choses qui peuvent infiniment enrichir la culture d’une région. Et effectivement, peut-être que la danse est aussi possible, finalement, en de tels endroits. Pour l’instant, une danse européenne qui invite à y participer semble difficilement envisageable. Mais nous devons la penser, et la raconter, car ce n’est que par les récits qu’elle devient tangible, imaginable, et ce n’est qu’en pensant ces idées que nous pourrons développer cette danse. Est-ce que ce sera un jour envisageable à l’échelle globale, je ne veux pas y réfléchir pour l’instant, tant une danse commune semble déjà difficile dans les cercles les plus restreints.

    Mais c’est en cela, je te donne absolument raison, que réside la grande chance du roman, son importance. Dans la liberté de sa forme, qui permet la mobilité, dans l’alternance constante des voix, des influences. Avant-hier, j’assistais justement à un débat littéraire qui célébrait le triomphe de la forme auto-fictionnelle, et prédisait quasiment la fin du roman. J’ai moi-même eu cette discussion récemment avec un ami basque. Qui a encore besoin du roman, cette forme historique, qui a encore besoin de la fiction ?

    Nous avons tous besoin de la fiction, j’en suis convaincu, parce qu’elle est libre et crée de nouveaux espaces de liberté, parce qu’elle est ouverte aux influences nouvelles et aux nouvelles idées, parce qu’elle est ludique, parce que ses limites ne sont posées que par la pensée de celui qui écrit et que cette pensée peut donc aussi poser de nouvelles limites dans le quotidien, parce qu’elle ne se préoccupe pas de questions de pseudo-authenticité, dont la popularité aujourd’hui n’est peut-être guère étonnante. Lorsque tout semble se dissoudre, les textes auto-fictionnels constituent une sécurité, une façon d’ancrer sa propre biographie, de la stabiliser. Mais ensuite, dans la réception de ces textes, manque souvent le jeu, l’aspect fictionnel, qu’ils contiennent pourtant très souvent. Or c’est justement dans cet entre-deux que réside selon moi leur plus grand intérêt (car il est évident que des textes comme Le Royaume de Carrère ont une grande valeur littéraire), et non dans une franchise, une authenticité supposées ; ceux qui postulent cela n’ont manifestement aucune idée de la production littéraire.

    Ce dont nous avons besoin, à mes yeux, c’est, comme tu le dis, d’idées nouvelles, de réfléchir de manière nouvelle à notre présent, et même plus loin que cela. Le roman ne peut et ne doit jamais être une sorte de mode d’emploi. Surtout pas de littérature engagée ! Mais il peut emprunter de nouvelles voies, poser des questions importantes, bref, dans son petit domaine, il peut faire partie intégrante du dialogue social. Chose que nous devrions, nous autres écrivains, exiger.

    Tout regard, qu’il soit porté sur le passé ou le présent, toute question soulevée dans un roman en dit toujours long, aussi, sur l’époque de son apparition, et peut-être n’est-il donc pas étonnant que tu t’occupes du terrestre et moi d’anarchistes de divers pays d’Europe se rassemblant à Barcelone. Réfléchir aux lignes de faille, réfléchir à des chemins anciens ou nouveaux, à des idées et des théories sous une forme nouvelle, garder le meilleur de l’analyse marxiste sans le ton doctoral de Marx, la volonté anarchiste de liberté, la volonté de coopérer, sans s’accrocher désespérément à la croyance qu’il faudrait détruire l’État et toute structure étatique. Peut-être pourrait-on développer quelque chose à partir de ça, qu’en penses-tu ? Dis-moi surtout : quelle impression t’a fait la Sicile, cette île posée sur une ligne de faille, cette île magnifique jonchée de montagnes d’ordures qui s’accumulent au bord des routes et sur les parkings ? N’a-t-elle pas été, elle aussi, une inspiration pour ton roman ? Où vas-tu le situer, quelle terra vas-tu choisir pour ce roman terrestre ?

    Raconte-moi un peu, si tu veux bien !

    Un abrazo,

    Hannes

    Lieber Pierre,

    gerade habe ich deinen Brief erneut gelesen, diesmal in der deutschen Übersetzung; vor meinem Urlaub (wir waren beide in Sizilien dieses Jahr, was für ein interessanter Zufall – dazu später mehr) hatte ich ihn schon zwei Mal auf Französisch gelesen und mir fest vorgenommen direkt zu antworten, aber wie das immer so ist mit Plänen und Zeiten: Plötzlich ist es September, der Sommer schleicht sich langsam davon, hat tagsüber noch eine erstaunliche Kraft, aber die Nächte lassen den Berliner Herbst erahnen, der sicher bald sein graues und regnerisches Gesicht zeigen wird.

    Es ergeht mir nach der Lektüre Deines reichen und interessanten Briefes ebenfalls so, dass ich mich frage, wo ich nun ansetzen soll, aber vielleicht werde ich es direkt beim Terrestrischen, beim Boden tun, diesem Begriff und Themenkomplex, der Dich in Deinem neuen Roman zentral beschäftigen wird – ich bin schon sehr gespannt darauf, ihn zu lesen! Gerade in Sizilien war es beeindruckend zu sehen, in all den griechischen und römischen Tempeln, in den Mosaiken aus der Periode der normannischen Könige in ihrer wunderbaren Verschmelzung griechisch-byzantinischer, normannischer und arabischer Elemente, wie sehr diese Insel am südlichen Rand Europas ein Beispiel und eine Warnung sein kann für unsere Zeiten. Erde, Boden, Terrain, von Dutzenden Kulturen geprägt, kolonisiert (noch fern der modernen, kolonialistischen Bedeutung des Wortes), erobert, besetzt, unzählige Male in den Jahrhunderten. Ein oft karger Boden, der dann urplötzlich grün erblüht, der einen überrascht, der auf den äolischen Inseln aufbricht, Schwefeldämpfe ausstößt und sogar glühende Lava. Eine Insel auf zwei Kontinentalspalten, europäisch und afrikanisch, auch das ein wunderbares Bild für einen Zwischenort, einen Ort des Übergangs.

    Die Geflüchteten sind nicht immer sichtbar gewesen für uns dort, aber von Agrigento aus fuhren die Fähren nach Linosa und Lampedusa, Orte, die bekannt geworden sind in diesen letzten Jahren, und an den Orten, an denen sich die Touristen sammelten, wie dem in meinen Augen mit seinem Reichtum unangenehm protzenden Taormina, sind die aus Afrika stammenden Straßenverkäufer da, am Rand der Plätze, am Rand der Strände, teilweise mit ihren Frauen und Kindern in der Nähe. Das sind die Menschen, über die jetzt von so vielen gerne abstrakt als eine Masse berichtet wird, eine Bedrohung, vielleicht besonders stark dann, wenn sich noch das religiöse Element einflechten lässt in diese Narrative der Angst, die Geschichte vom bedrohlichen Islam.

    Da ist dann also auch der Begriff Narrativ wieder, und du hast in deinem letzten Brief die Frage gestellt, wie ich ihn verstehe, benutzt wissen möchte. Beides ist richtig und wichtig, denke ich, das politische, gesellschaftliche Narrativ, aber auch die ganz einfache, kleine, literarische Erzählung, die poetische Fiktion, die von diesem Kern aus wachsen kann, bis in das kollektive Gedächtnis hinein, die eine der gesellschaftspolitischen Fiktionen werden kann, aus denen, wie du ganz richtig sagst, unser Alltag, unsere Staaten, unser Zusammenleben gewoben ist. Es gibt diese Texte immer wieder, Orwells 1984 verkaufte sich im letzten Jahr sicher nicht zufällig so gut, genauso wie seine Hommage to Catalunya – um kurz auf eines der Themen unserer vorherigen Briefe zu verweisen.

    Sizilien erzählt also eine interessante Geschichte, von normannischen Königen und ihrer Herrschaft, aus dem Norden gekommen, eingewandert, eine kriegerische Gruppe Emigranten, auch weil in ihrer Heimat die Lebensbedingungen zu hart waren, und daraus erwuchs für einige Jahrzehnte eine Herrschaft, die es verstand, die eigenen kulturellen Elemente mit den vorgefundenen zu verweben, fremde Einflüsse aufzunehmen, daraus etwas Neues und Beeindruckendes zu erschaffen, das heute allgemein als ein goldenes Zeitalter dieser Insel wahrgenommen wird. Interessant, wenn man es mit der heutigen Wahrnehmung der Fremden vergleicht. Aber es scheint über diese Perspektive der Auswanderung, der Umwandlung alter Strukturen immer nur dann leicht hinweggesehen zu werden, wenn diese Auswanderer hellhäutig waren, vielleicht sogar blond, wie es auch in Nordamerika oft der Fall ist. Der Historiker in mir ist immer wieder sprachlos vor der Blindheit gegenüber der eigenen Geschichte, das berühmte Zitat von Santayana („Those who cannot remember the past are condemned to repeat it“) drängt sich auf.

    Niemand konnte sich jemals abschotten, nicht das römische Imperium, nicht das chinesische, auch das amerikanische oder europäische Imperium werden dazu nicht in der Lage sein, wenn die Menschen in jenen Ländern, die am stärksten unter den Folgen unserer Lebensweise leiden, sich auf den Weg machen, um ihr Recht auf ein wenig Boden, auf einen Ort zu fordern. Mauern oder andere Barrieren halten solche Bewegungen nicht auf, haben es nie getan, auch Gewalt wird dazu nicht in der Lage sein, zumal Gewalt an den Grenzen, die offenbar für immer mehr Menschen denkbar wird, noch verschämt, versteckt, die Ideen von der Waffenanwendung nur aufblitzend, das Ende all dessen bedeuten würde, wofür Europa doch so gerne stehen möchte.

    Bewegung, Vernetzung und Tanz schlägst du als Begriffe vor, als Wege, um sich die Erde wieder anzueignen. In Sizilien habe ich gesehen, und du vermutlich auch, welch wunderbare Dinge in den Vernetzungen der Menschen aus unterschiedlichen Kulturkreisen entstehen können, wie die Bewegung von Ort zu Ort Dinge mitbringt, die die Kultur einer Region unendlich bereichern können. Und ja, vielleicht ist auch der Tanz am Ende möglich an solchen Orten. Momentan scheint ein europäischer Tanz, der einlädt, daran teilzunehmen, schwer denkbar. Aber wir müssen ihn denken, müssen davon erzählen, denn nur durch Erzählungen wird er greifbar, vorstellbar, und nur aus dem Denken dieser Ideen heraus können wir diesen Tanz entwickeln. Ob das dann irgendwann auch auf globaler Ebene vorstellbar ist, darüber mag ich augenblicklich nicht nachdenken, zu schwierig erscheint schon der gemeinsame Tanz in den kleinsten Kreisen.

    Aber hier, und da stimme ich dir ausdrücklich zu, liegt auch für den Roman eine große Chance, seine Wichtigkeit. In der Freiheit seiner Form, die Bewegung zulässt, stetige Veränderung der Stimmen, der Einflüsse. Gerade vorgestern hörte ich einer literarischen Diskussion zu, in der der Siegeszug der auto-fiktionalen Form gepriesen wurde, quasi das Ende des Romans vorhergesagt. Auch mit einem baskischen Freund habe ich diese Diskussion neulich geführt. Wer braucht denn noch den Roman, diese historische Form, wer braucht denn noch die Fiktion?

    Wir alle brauchen die Fiktion, bin ich dagegen überzeugt, weil sie frei ist und deshalb weitere Freiräume schafft, weil sie offen ist für neue Einflüsse, neue Ideen, immer spielerisch, weil ihre Grenzen per se nur durch das Denken des Schreibenden gesetzt werden und dieses Denken so neue Grenzen auch im Alltag setzen kann, weil sie sich nicht um Fragen der Pseudo-Authentizität kümmert, deren Beliebtheit aktuell vielleicht nicht sehr verwunderlich ist. Wenn alles sich aufzulösen scheint, dann sind die autofiktionalen Texte eine Sicherheit, auch zur Verortung der eigenen Biographie, ihrer Festigkeit, Stabilität. Und dann fehlt in der Rezeption oft das Spiel, gerade das Fiktionale, das in diesen Texten natürlich oft steckt. Und gerade in diesem Zwischenspiel liegt für mich ihr größter Reiz (denn natürlich haben Texte wie Das Reich Gottes von Carrère einen großen literarischen Wert), nicht in irgendeiner vermeintlichen Echtheit, Direktheit; wer die postuliert, hat offenbar von der Textproduktion keine Ahnung.

    Was wir aber in meinen Augen brauchen sind, wie du sagst, neue Gedanken, neue Versuche über unsere Gegenwart nachzudenken, auch darüber hinaus. Der Roman sollte und kann dabei niemals Gebrauchsanweisung sein. Bitte keine littérature engagé! Aber er kann neue Wege gehen, kann wichtige Fragen stellen, kurz, er kann in seinem kleinen Bereich ein Teil der gesellschaftlichen Konversation sein. Das sollten wir Schriftsteller ganz selbstbewusst einfordern.

    Jeder Blick, ob auf Vergangenheit oder Gegenwart, jede Frage, die in einem Roman aufgeworfen wird, sagt immer auch viel über die Zeit seiner Entstehung aus, und vielleicht ist es deshalb auch kein Wunder, dass Du Dich mit dem Terrestrischen beschäftigst und ich mich mit Anarchisten aus verschiedenen Ländern Europas, die in Barcelona zusammentreffen. Nachdenken, über Bruchlinien, nachdenken über alte oder neue Wege, über Theorien und Gedanken in neuer, in gewandelter Form, das beste der marxistischen Analyse, ohne die Marx’sche Schulmeisterhaftigkeit, anarchistischen Freiheitswillen, Kooperationswillen, ohne verzweifelt an dem Glauben festzuhalten, man müsse den Staat, man müsse alle alte staatliche Struktur zerschlagen. Vielleicht ließe sich darauf etwas entwickeln, oder was denkst du? Und vor allem: wie hast du Sizilien erlebt, diese Insel der Bruchlinien, diese Insel der Schönheit und der Müllberge, die sich am Straßenrand und auf den Parkplätzen stapeln? Ist sie nicht auch eine Anregung für deinen Roman gewesen? Oder wo wirst du ihn verorten – welche Terra wirst du wählen, für diesen terrestrischen Roman?

    Erzähl mir davon, wenn Du magst!

    Un Abrazo – Dein

    Hannes

Portraits Pierre Ducrozet und Hannes Köhler: © Israel Fernandez
Übersetzung FR → DE: Paula Rauhut, Traduction DE → FR: Stéphanie Lux