Querido Hannes,

Mil gracias por tu carta. Hay muchas cosas ahí que me hacen pensar. Primero, sí, existe un tipo de evidencia europea en el hecho de estar aquí, en Barcelona, un escritor alemán y un escritor francés, juntados por una institución literaria berlinesa, hablando en francés, en alemán, en español, y sintiéndonos en casa aquí, en esta ciudad. Una evidencia para nosotros, una manera de vivir sin fronteras que está lejos de ser evidente para los que encuentran paredes y fronteras por todos lados, y para los que quieren construir nuevos. Nuestras conversaciones, que parecen también tan evidentes, sobre esa misma Europa en la cual hemos crecido, este espacio que habitamos naturalmente, viviendo en una ciudad o en otra, viajando continuamente y hasta sin plantearnos la cuestión de una hipotética frontera, este espacio parecía problemático para algunos de los Barceloneses que habían venido a nuestro encuentro, visiblemente muy decepcionados y enfadados con la actitud de la Unión europea durante la crisis catalana del otoño 2017.

Y todo esto está enlazado con la semántica, que subrayas con exactitud, y a esta sublime palabra de Heimat. Como lo dices, no existe un equivalente de esta palabra en francés, ni en español, simplemente porque esa palabra es única, como la saudade portuguesa. Heimat se inscribe en un régimen de dulzura, de acogida, de una delicadeza poco común. Se sitúa muy lejos de la patria asfixiante y agresiva, sería más bien un tipo de « casa », de « hogar », o de « sentirse como en casa », expresiones que son bastante débiles y desequilibradas al lado de Heimat (y el maravilloso Heimweh que viene de él, ese mal, no del país, pero de su país, que me conmueve, y que siento a veces en ese mismo idioma, en alemán, porque solo se puede sentir en ese idioma, lo cual es además él de mi madre, y entonces encaja perfectamente, a mis ojos, al mal del país, que quizás siempre sea él de su propia madre).

Este Heimat marca tal vez el movimiento que deberíamos adoptar: deslizarse en los lugares, quedarse si la coincidencia se produce, irse si no es el caso. Estar a la escucha del espíritu de los lugares, de su acogida, o no, de nuestra capacidad a fundirnos en ellos.

Es lo que me ha pasado aquí en Barcelona: he encontrado mi Heimat, aún más quizás que en mi propia casa, mon «chez moi». Me siento mejor aquí que en cualquier otra parte, mejor que en Francia, en Austria o en Alemania, aunque en principio no tenga ningún enlace especial con España. España es el lugar que elegí, él que me ha revelado a mí mismo, en donde el calor humano, el ardor y la ternura, la potencia y la hospitalidad me han acogido, emocionado, conquistado. Estoy aquí en casa. En esta ciudad constantemente en lucha con sus problemas identitarios, en tensión con el resto de España, que sabe quién es y no lo sabe, que es generosa y a veces encerrada en sí misma, pues esta ciudad me ha acogido con los brazos abiertos tal como lo ha hecho con millones de personas que han venido del mundo entero.

El problema que conocemos ahora en Catalunya es el mismo que en Europa: pensamos que las cosas y los humanos circulan, pero no es para nada el caso. Somos (y incluyo aquí mi mujer Julieta, que vino de Argentina hace 15 años, así como todos los millones de personas llegadas de los cinco continentes) los decepcionados de la Unión Europea, en la cual creíamos y creemos todavía, que supuestamente iba a encarnar una tierra de acogida, de cultura, de impulso político, un marco estimulante en el cual moverse e imaginar el futuro, una tierra de paz y de utopía, y que está a punto de volverse todo lo contrario. Sin embargo, nuestra tarea quizás sea de superar esta decepción y de pedir más Europa, más utopía, más paz, en frente de todos esos horrorosos euroescépticos.

¿Que pueden la literatura y el arte en todo esto? te preguntas en tu carta.

Creo que pueden hacer mucho, porque se sitúan donde tienen que estar. Pueden cambiar el relato sobre Europa, su imaginario, la manera que tenemos de pensarla, de imaginarla, de concebirla. Los hombres funcionan con la ficción: todo lo es, el derecho, la libertad, los principios fundamentales de una sociedad son todos ficciones; y los grandes desafíos que afrontamos necesitan grandes relatos para poder cambiar de dirección: el cambio climático, las migraciones, el hypercapitalismo, los repliegues nacionalistas, todos esos desafíos, peligros o debates necesitan cambios de narraciones para ser escritos y pensados de otra manera. Creo que la literatura puede pensar todo esto, puede pensar nuestra relación con la Tierra, que hay que reinventar totalmente, que la utopía nace de los relatos – si dejamos todo esto a los políticos, estamos perdidos.

La izquierda, justamente, de la cual hablas, la izquierda está en falta completa de relatos. Ya no tiene ficciones hacia cuáles avanzar, ya no existe ni la «gran noche», ni impulsos narrativos, así que no avanza. La derecha, ella sí avanza hacia historias: el «gran reemplazo», los territorios arrancados, la globalización odiada, todo eso son motores ficcionales fuertes – por error, seguramente. La izquierda debe construir relatos también.

Y su principal desafío es de invertir los registros. Ya no tenemos que usar del campo lexical del miedo, de la resignación, del peligro cuando hablamos de las migraciones, del cambio climático, de la globalización, pero ir hacia el campo del desafío al que hacer frente, del impulso, del movimiento común. La relación con la Tierra (sobre el cuál trabajo ahora) sufre mucho de ese problema semántico, tanto como de una falta evidente de imaginación, que queda por construir. ¿Porqué hemos tardado tanto en reaccionar? ¿Porque no conseguimos actuar? Porque no podemos imaginar lo que está pasando. Porque no lo vemos. El ser humano es así, tiene que visualizar las cosas antes de entrar en acción.

Querido Hannes, me ido por otros caminos, pero imagino que a eso nos llevan las conversaciones.

Lo encuentro bonito que este programa de Allons enfants nos lleve a reflexionar juntos sobre todo esto, después de esos bonitos días aquí en Barcelona, y los que vendrán quizás en Berlín; imaginar esos territorios comunes, geográficos y literarios, esos espacios ficcionales y reales en los cuáles nos gustaría vivir, y de los cuáles las contingencias políticas nos alejan a menudo.

En la espera de leerte,

Pierre

En el tren hacia Berlín, justo antes de Frankfurt,

Querido Pierre,

Acabo de ver el partido Francia-Australia (¡Felicitaciones! Y espero que Francia juegue aún mejor durante este Mundial), es la Copa del Mundo, parece que todo lo demás se queda en segundo plano. Pero están ocurriendo tantas cosas en el mundo, en la política, en la literatura, que, delante de este espectáculo, esta puesta en escena de tan gran entendimiento entre los pueblos, me siento más confundido que nunca. Hace ya más de un mes que nos hemos encontrado en Barcelona para explorar la ciudad juntos; una exploración bastante diferente, en nuestro caso particular, de la mayoría de los viajes de Allons enfants.

Tú vives en Barcelona desde hace unos años ya, y como mi pareja viene de allí también, esta ciudad es, fuera de Berlín, la ciudad donde he pasado más tiempo en los últimos ochos años. Es algo como una segunda Heimat para nosotros, creo – ¿o quizás es para ti hasta la primera? Es divertido que aparezca esta palabra, esta extraña palabra Heimat, que no tiene equivalente en muchos idiomas; me pregunto cuál sería la palabra francesa que se acercaría más, porque no es realmente patria. ¿Tierra nativa, quizás? Lo bonito de esta palabra alemana Heimat es que no se reduce a un lugar de nacimiento, a un país, puede ser un lugar donde uno siente que ha encontrado su sitio, pero también un grupo de gente, o hasta una sola persona. Por lo menos, es así que entiendo esta palabra. Du bist meine Heimat, eres mi hogar. Una frase muy bonita.

Es también una palabra muy presente en Alemania hoy, en esta guerra de las palabras en la cual vivimos. Alemania tiene ahora un Heimatminister, un ministro del Heimat, título totalmente ridículo a primera vista, pero que dice mucho de la manera en que nuestro idioma está dominado por los discursos de derecha desde hace unos meses ya. Este ministro y otras figuras importantes de su partido (old white men, of course !) acaban de expulsar a varios grupos de refugiados del país, aunque – todos los expertos en derecho constitucional parecen estar de acuerdo sobre este punto – eso vaya en contra del derecho europeo y de la Carta europea de los derechos humanos. Pero hace tiempo, parece ser, que ciertos círculos del mundo político alemán ya no se preocupan de Europa ni de derecho europeo. La Heimat pasa delante de todo, y un solo Volk, el pueblo: el suyo.

Volk, otra de esas palabras. Hemos hablado juntos de ese concepto, que corre de boca en boca en Barcelona esos días, y que determina la política. El poble català, que quizás no sea un concepto problemático en sí, aunque, debo decir, siempre siento cierto malestar cuando se habla de «deutsches Volk», de pueblo alemán, y de pueblos de manera general como si fuesen algo definido, estático. El diccionario online de lengua alemana me dice que el concepto viene del viejo alemán folc, que se refería al ejército, antes de simplemente significar mucho a partir del siglo VIII. Extraño, ese abanico de sentidos, que balancea entre agresividad y insignificancia. Hablaba hace poco con un amigo vasco que se sentía muy molesto con el nuevo uso, casi biológico, de la palabra pueblo, uso peligroso, como si el pueblo fuese una entidad que hubiese crecido naturalmente, como un árbol, una pierna, y no una construcción que designará cierto grupo de personas, lo cual se basa por supuesto en ciertas realidades, ciertas líneas históricas, pero siempre es, al final, una construcción.

Al leer tu novela, L’invention des corps, ya suponía ciertas similitudes entre nuestras maneras de pensar la pertenencia a tal o tal grupo, nuestras maneras de ver esos grupos, cerrados o en movimiento, especialmente a sus márgenes. Europa, ese concepto que no sabemos con qué llenar hoy en día, que ya no consigue estimular el verbo y la energía de los políticos, en mi país por lo menos, es para mí el lugar, la idea en la cual me gustaría sentirme heimisch, como en casa, o mejor dicho no, en los cuales me siento en casa. Y por todos los lados, esas voces que expresan su hostilidad por todo lo que Europa representa a sus ojos: apertura, liberalidad, solidaridad con los que vienen pedir ayuda a sus fronteras. Europa como construcción política está bien lejos de esa última idea, eso lo sabíamos desde Frontex, pero ahora ya tenemos la demostración perfectamente clara.

Lo que falta ahí es una verdadera política de izquierda, lo hemos hablado juntos también: el fallo de las izquierdas clásicas, su casi-desaparición en Francia. Y en Alemania: una fragmentación que viene de lejos, que es constante, pero que conoció su primer punto culminante en 1918, y luego en 1933, cuando el principal enemigo era la otra izquierda, y no el NSDAP, y más tarde aún la división de Alemania. Lo que tenemos aquí: incumplimiento, silencios, conflictos internos, tanto que el candidato a la Cancillería, que consideraba como un europeo convencido, con energía, se acabó deshinchando como un globo que se va cuando has olvidado de hacerle un nudo.

Envidio a Francia, cuyo presidente (no importa lo que opinamos de él, por lo demás) lucha por Europa, y ve, parece ser, claramente lo que me tiene convencido hoy: sin reformas de fondo, sin una nueva estructura, una unión política más profunda, esa Europa se va a derrumbar, quizás no en cinco años, ni en diez, pero dentro de poco. Partir del principio que la unión económica llevaría lógicamente y naturalmente a la unión política resultó ser uno de los errores de apreciación más graves de la post-guerra.

Esperemos un cambio, entonces, un nuevo comienzo, quizás, con los pocos Estados que quedan, que todavía están dispuestos a intentarlo. Pero Alemania, esa nueva Alemania, cuyo discurso político se sitúa cada vez más a la derecha, se aparta. Evita todas las concesiones, la «europeización», que podría ser entendida como una acción contra su propio pueblo, o Volk. Por cobardía, seguramente, pero también quizás porque ha crecido la convicción que hay que pensar primero en sí.

¿Y nosotros? Hemos pasado unos días juntos en Barcelona, intercambiando en francés, en español, en alemán, hemos hablado con autores catalanes, con periodistas, con artistas. La separación que se avecina parecía impensable, tan lejos de nuestras vidas, que están impregnadas de esos países, de esas ciudades – Barcelona, Berlín, Lyon, Paris, Toulouse – y de la gente que vive ahí. ¿Querrá decir esto que nuestras vidas no tienen nada que ver con la realidad de la mayoría de la gente? ¿Acaso somos ingenuos? ¿O es que las vociferaciones de la derecha hacen que la política se haya apartado de lo que constituye la vida de la mayoría de sus ciudadanos? Pero esa vida, a diferencia de lo que esa derecha nos quiere hacer creer, no es ni nacional, ni identitaria, pero al contrario basada en intercambios cotidianos, abierta y libre. Y si es el caso: ¿a qué momento nuestro idioma nacionalista, que pone el Volk en primer plano, habrá empezado a influenciar tanto nuestra realidad hasta modelarlo?

¿Y sobre todo: que podemos hacer, nosotros autores, desde nuestra mesa, en nuestro círculo de gente con las mismas opiniones que nosotros? ¿Escribir libros europeos? ¿No es acaso lo que hacemos desde hace tiempo? A veces tengo la esperanza de que el péndulo se vaya ir del otro lado, que esa fase de blacklash será solamente eso, una fase, y que los que ven ante todo nuestros puntos en común, que están a favor de una Europa fuerte, acabaran imponiéndose, unidos y determinados. Porque una parte de mí no puede imaginar otra cosa. La otra parte observa la evolución política con un temor cada vez más grande. ¡Quizás puedas – eso espero – darle ánimo y valentía!

      

Yvan Alagbés‘ texts were translated into German by Odile Kennel and into English by Imogen Taylor, Ullis Lust’s into French by Stéphanie Lux and into English by Imogen Taylor.

Les textes d’Yvans Alagbé ont été traduits vers l’allemand par Odile Kennel, ceux d’Ulli Lust par Stéphanie Lux vers le français. Imogen Taylor a traduit le tout vers l’anglais.

Yvan Alagbés Texte übersetzte Odile Kennel ins Deutsche, die Beiträge von Ulli Lust übertrug Stéphanie Lux ins Französische. Imogen Taylor übersetzte alle Beiträge ins Englische.

Cher Pierre,

Je viens de relire ta lettre, cette fois dans sa traduction allemande ; avant de partir en vacances (nous sommes tous les deux allés en Sicile cette année, quel intéressant hasard – j’y reviendrai), je l’avais déjà lue deux fois en français et m’étais promis d’y répondre aussitôt, et puis tu sais ce que c’est, les projets, le temps : soudain, septembre est là, l’été s’enfuit tout doucement, il fait encore preuve d’une force étonnante en journée, mais les nuits présagent déjà l’automne berlinois, qui montrera sans doute bien vite son visage gris et pluvieux.

Après la lecture de ta lettre si riche, si intéressante, moi aussi je me demande où rebondir, mais je vais peut-être le faire avec le terrestre, le sol, ce concept et ce complexe thématique dont tu dis qu’il occupera une place centrale dans ton nouveau roman – que je suis déjà impatient de lire ! En Sicile, il était impressionnant de voir, dans les temples grecs et romains, les mosaïques de l’époque des rois normands, l’entrelacs magnifique d’éléments gréco-byzantins, normands et arabes, et à quel point cette île à la périphérie sud de l’Europe peut être un exemple et un avertissement pour notre époque. Une terre, un sol, un terrain marqués par plusieurs douzaines de cultures, colonisés (dans une acception encore lointaine du sens moderne, colonialiste du mot), conquis, occupés un nombre incalculable de fois au cours des siècles. Un sol souvent aride qui devient soudain verdoyant, qui vous surprend, qui se fissure sur les îles éoliennes, émet des vapeurs de soufre et, même, de la lave en fusion. Une île située à la rencontre de deux plaques continentales, la plaque eurasienne et la plaque africaine, belle image là encore d’un lieu intermédiaire, de passage.

Nous n’avons pas spécialement vu de réfugiés, mais des ferrys partaient d’Agrigente pour Linosa ou Lampedusa, des lieux dont on a beaucoup entendu parler ces dernières années, et dans les endroits touristiques, comme Taormine, dont j’ai trouvé qu’elle faisait désagréablement étalage de sa richesse, on voit des vendeurs de rue venus d’Afrique, au bord des places, au bord des plages, parfois avec leur femme et leurs enfants près d’eux. Des gens dont tant d’autres parlent volontiers comme d’une masse abstraite, une menace, peut-être d’autant plus forte lorsqu’on ajoute l’élément religieux au récit de la peur, l’histoire du menaçant islam.

Voilà le concept de récit qui revient, et tu te demandais dans ta dernière lettre comment je le comprenais et voudrais qu’il soit utilisé. Les deux acceptions sont justes et importantes, je crois, le récit politique et social, mais aussi la petite histoire littéraire toute simple, la fiction poétique, qui partant de ce petit noyau peut grandir jusqu’à s’inscrire dans la mémoire collective, qui peut devenir une des fictions politiques et sociétales dont est fait, tu as raison, notre quotidien, dont sont faits nos États, notre vivre ensemble. Ce genre de textes a existé régulièrement, ce n’est certainement pas un hasard si 1984 de George Orwell s’est si bien vendu l’année dernière, tout comme son Hommage to Catalunya – pour revenir brièvement sur un sujet évoqué dans nos lettres précédentes.

L’histoire que nous raconte la Sicile est très intéressante, c’est l’histoire des rois normands, un groupe de migrants belliqueux venus du nord, qui avaient quitté une patrie aux conditions de vie trop difficiles, et régnèrent sur l’île pendant quelques décennies, en sachant mêler leurs propres éléments culturels avec ceux qu’ils avaient trouvés sur place, accueillir des influences étrangères pour en faire quelque chose de nouveau et d’impressionnant, largement considéré aujourd’hui comme un âge d’or de l’île. Ce qui est intéressant lorsqu’on pense, en comparaison, à la perception actuelle de l’étranger. Mais il semble qu’on ait tendance à ignorer assez facilement cette perspective de l’émigration, de la transformation d’anciennes structures, pour peu que les migrants aient la peau claire, soient peut-être même blonds, comme ce fut souvent le cas en Amérique du Nord. L’historien en moi reste toujours sans voix devant la cécité dont nous faisons preuve face à notre propre histoire, et la célèbre citation de Santayana (« Those who cannot remember the past are condemned to repeat it ») s’impose souvent à mon esprit.

Personne n’a jamais pu s’isoler complètement, ni l’Empire romain, ni l’Empire chinois, et les Empires américain ou européen ne seront pas en mesure de le faire, si les habitants des pays qui souffrent le plus des conséquences de notre mode de vie se mettent en route pour faire valoir leur droit à un peu de terre, à un lieu. Aucun mur ni autre barrière ne pourra contenir ce genre de mouvement, ils ne l’ont jamais fait, et la force sera impuissante elle aussi, d’autant que le recours à la force aux frontières, qu’apparemment de plus en plus de gens envisagent secrètement, honteusement, l’idée du recours aux armes jaillissant brièvement dans leur esprit, signifierait la fin de tout ce que symbolise volontiers l’Europe.

Tu suggères les concepts de mobilité, d’interconnexion, de danse, comme autant de moyens de réinvestir la terre. En Sicile, j’ai vu, et toi aussi, probablement, les choses merveilleuses qui peuvent naître de l’interconnexion de gens issus de contextes culturels très différents, et à quel point la mobilité, d’un endroit à l’autre, apporte des choses qui peuvent infiniment enrichir la culture d’une région. Et effectivement, peut-être que la danse est aussi possible, finalement, en de tels endroits. Pour l’instant, une danse européenne qui invite à y participer semble difficilement envisageable. Mais nous devons la penser, et la raconter, car ce n’est que par les récits qu’elle devient tangible, imaginable, et ce n’est qu’en pensant ces idées que nous pourrons développer cette danse. Est-ce que ce sera un jour envisageable à l’échelle globale, je ne veux pas y réfléchir pour l’instant, tant une danse commune semble déjà difficile dans les cercles les plus restreints.

Mais c’est en cela, je te donne absolument raison, que réside la grande chance du roman, son importance. Dans la liberté de sa forme, qui permet la mobilité, dans l’alternance constante des voix, des influences. Avant-hier, j’assistais justement à un débat littéraire qui célébrait le triomphe de la forme auto-fictionnelle, et prédisait quasiment la fin du roman. J’ai moi-même eu cette discussion récemment avec un ami basque. Qui a encore besoin du roman, cette forme historique, qui a encore besoin de la fiction ?

Nous avons tous besoin de la fiction, j’en suis convaincu, parce qu’elle est libre et crée de nouveaux espaces de liberté, parce qu’elle est ouverte aux influences nouvelles et aux nouvelles idées, parce qu’elle est ludique, parce que ses limites ne sont posées que par la pensée de celui qui écrit et que cette pensée peut donc aussi poser de nouvelles limites dans le quotidien, parce qu’elle ne se préoccupe pas de questions de pseudo-authenticité, dont la popularité aujourd’hui n’est peut-être guère étonnante. Lorsque tout semble se dissoudre, les textes auto-fictionnels constituent une sécurité, une façon d’ancrer sa propre biographie, de la stabiliser. Mais ensuite, dans la réception de ces textes, manque souvent le jeu, l’aspect fictionnel, qu’ils contiennent pourtant très souvent. Or c’est justement dans cet entre-deux que réside selon moi leur plus grand intérêt (car il est évident que des textes comme Le Royaume de Carrère ont une grande valeur littéraire), et non dans une franchise, une authenticité supposées ; ceux qui postulent cela n’ont manifestement aucune idée de la production littéraire.

Ce dont nous avons besoin, à mes yeux, c’est, comme tu le dis, d’idées nouvelles, de réfléchir de manière nouvelle à notre présent, et même plus loin que cela. Le roman ne peut et ne doit jamais être une sorte de mode d’emploi. Surtout pas de littérature engagée ! Mais il peut emprunter de nouvelles voies, poser des questions importantes, bref, dans son petit domaine, il peut faire partie intégrante du dialogue social. Chose que nous devrions, nous autres écrivains, exiger.

Tout regard, qu’il soit porté sur le passé ou le présent, toute question soulevée dans un roman en dit toujours long, aussi, sur l’époque de son apparition, et peut-être n’est-il donc pas étonnant que tu t’occupes du terrestre et moi d’anarchistes de divers pays d’Europe se rassemblant à Barcelone. Réfléchir aux lignes de faille, réfléchir à des chemins anciens ou nouveaux, à des idées et des théories sous une forme nouvelle, garder le meilleur de l’analyse marxiste sans le ton doctoral de Marx, la volonté anarchiste de liberté, la volonté de coopérer, sans s’accrocher désespérément à la croyance qu’il faudrait détruire l’État et toute structure étatique. Peut-être pourrait-on développer quelque chose à partir de ça, qu’en penses-tu ? Dis-moi surtout : quelle impression t’a fait la Sicile, cette île posée sur une ligne de faille, cette île magnifique jonchée de montagnes d’ordures qui s’accumulent au bord des routes et sur les parkings ? N’a-t-elle pas été, elle aussi, une inspiration pour ton roman ? Où vas-tu le situer, quelle terra vas-tu choisir pour ce roman terrestre ?

Raconte-moi un peu, si tu veux bien !

Un abrazo,

Hannes

Lieber Pierre,

gerade habe ich deinen Brief erneut gelesen, diesmal in der deutschen Übersetzung; vor meinem Urlaub (wir waren beide in Sizilien dieses Jahr, was für ein interessanter Zufall – dazu später mehr) hatte ich ihn schon zwei Mal auf Französisch gelesen und mir fest vorgenommen direkt zu antworten, aber wie das immer so ist mit Plänen und Zeiten: Plötzlich ist es September, der Sommer schleicht sich langsam davon, hat tagsüber noch eine erstaunliche Kraft, aber die Nächte lassen den Berliner Herbst erahnen, der sicher bald sein graues und regnerisches Gesicht zeigen wird.

Es ergeht mir nach der Lektüre Deines reichen und interessanten Briefes ebenfalls so, dass ich mich frage, wo ich nun ansetzen soll, aber vielleicht werde ich es direkt beim Terrestrischen, beim Boden tun, diesem Begriff und Themenkomplex, der Dich in Deinem neuen Roman zentral beschäftigen wird – ich bin schon sehr gespannt darauf, ihn zu lesen! Gerade in Sizilien war es beeindruckend zu sehen, in all den griechischen und römischen Tempeln, in den Mosaiken aus der Periode der normannischen Könige in ihrer wunderbaren Verschmelzung griechisch-byzantinischer, normannischer und arabischer Elemente, wie sehr diese Insel am südlichen Rand Europas ein Beispiel und eine Warnung sein kann für unsere Zeiten. Erde, Boden, Terrain, von Dutzenden Kulturen geprägt, kolonisiert (noch fern der modernen, kolonialistischen Bedeutung des Wortes), erobert, besetzt, unzählige Male in den Jahrhunderten. Ein oft karger Boden, der dann urplötzlich grün erblüht, der einen überrascht, der auf den äolischen Inseln aufbricht, Schwefeldämpfe ausstößt und sogar glühende Lava. Eine Insel auf zwei Kontinentalspalten, europäisch und afrikanisch, auch das ein wunderbares Bild für einen Zwischenort, einen Ort des Übergangs.

Die Geflüchteten sind nicht immer sichtbar gewesen für uns dort, aber von Agrigento aus fuhren die Fähren nach Linosa und Lampedusa, Orte, die bekannt geworden sind in diesen letzten Jahren, und an den Orten, an denen sich die Touristen sammelten, wie dem in meinen Augen mit seinem Reichtum unangenehm protzenden Taormina, sind die aus Afrika stammenden Straßenverkäufer da, am Rand der Plätze, am Rand der Strände, teilweise mit ihren Frauen und Kindern in der Nähe. Das sind die Menschen, über die jetzt von so vielen gerne abstrakt als eine Masse berichtet wird, eine Bedrohung, vielleicht besonders stark dann, wenn sich noch das religiöse Element einflechten lässt in diese Narrative der Angst, die Geschichte vom bedrohlichen Islam.

Da ist dann also auch der Begriff Narrativ wieder, und du hast in deinem letzten Brief die Frage gestellt, wie ich ihn verstehe, benutzt wissen möchte. Beides ist richtig und wichtig, denke ich, das politische, gesellschaftliche Narrativ, aber auch die ganz einfache, kleine, literarische Erzählung, die poetische Fiktion, die von diesem Kern aus wachsen kann, bis in das kollektive Gedächtnis hinein, die eine der gesellschaftspolitischen Fiktionen werden kann, aus denen, wie du ganz richtig sagst, unser Alltag, unsere Staaten, unser Zusammenleben gewoben ist. Es gibt diese Texte immer wieder, Orwells 1984 verkaufte sich im letzten Jahr sicher nicht zufällig so gut, genauso wie seine Hommage to Catalunya – um kurz auf eines der Themen unserer vorherigen Briefe zu verweisen.

Sizilien erzählt also eine interessante Geschichte, von normannischen Königen und ihrer Herrschaft, aus dem Norden gekommen, eingewandert, eine kriegerische Gruppe Emigranten, auch weil in ihrer Heimat die Lebensbedingungen zu hart waren, und daraus erwuchs für einige Jahrzehnte eine Herrschaft, die es verstand, die eigenen kulturellen Elemente mit den vorgefundenen zu verweben, fremde Einflüsse aufzunehmen, daraus etwas Neues und Beeindruckendes zu erschaffen, das heute allgemein als ein goldenes Zeitalter dieser Insel wahrgenommen wird. Interessant, wenn man es mit der heutigen Wahrnehmung der Fremden vergleicht. Aber es scheint über diese Perspektive der Auswanderung, der Umwandlung alter Strukturen immer nur dann leicht hinweggesehen zu werden, wenn diese Auswanderer hellhäutig waren, vielleicht sogar blond, wie es auch in Nordamerika oft der Fall ist. Der Historiker in mir ist immer wieder sprachlos vor der Blindheit gegenüber der eigenen Geschichte, das berühmte Zitat von Santayana („Those who cannot remember the past are condemned to repeat it“) drängt sich auf.

Niemand konnte sich jemals abschotten, nicht das römische Imperium, nicht das chinesische, auch das amerikanische oder europäische Imperium werden dazu nicht in der Lage sein, wenn die Menschen in jenen Ländern, die am stärksten unter den Folgen unserer Lebensweise leiden, sich auf den Weg machen, um ihr Recht auf ein wenig Boden, auf einen Ort zu fordern. Mauern oder andere Barrieren halten solche Bewegungen nicht auf, haben es nie getan, auch Gewalt wird dazu nicht in der Lage sein, zumal Gewalt an den Grenzen, die offenbar für immer mehr Menschen denkbar wird, noch verschämt, versteckt, die Ideen von der Waffenanwendung nur aufblitzend, das Ende all dessen bedeuten würde, wofür Europa doch so gerne stehen möchte.

Bewegung, Vernetzung und Tanz schlägst du als Begriffe vor, als Wege, um sich die Erde wieder anzueignen. In Sizilien habe ich gesehen, und du vermutlich auch, welch wunderbare Dinge in den Vernetzungen der Menschen aus unterschiedlichen Kulturkreisen entstehen können, wie die Bewegung von Ort zu Ort Dinge mitbringt, die die Kultur einer Region unendlich bereichern können. Und ja, vielleicht ist auch der Tanz am Ende möglich an solchen Orten. Momentan scheint ein europäischer Tanz, der einlädt, daran teilzunehmen, schwer denkbar. Aber wir müssen ihn denken, müssen davon erzählen, denn nur durch Erzählungen wird er greifbar, vorstellbar, und nur aus dem Denken dieser Ideen heraus können wir diesen Tanz entwickeln. Ob das dann irgendwann auch auf globaler Ebene vorstellbar ist, darüber mag ich augenblicklich nicht nachdenken, zu schwierig erscheint schon der gemeinsame Tanz in den kleinsten Kreisen.

Aber hier, und da stimme ich dir ausdrücklich zu, liegt auch für den Roman eine große Chance, seine Wichtigkeit. In der Freiheit seiner Form, die Bewegung zulässt, stetige Veränderung der Stimmen, der Einflüsse. Gerade vorgestern hörte ich einer literarischen Diskussion zu, in der der Siegeszug der auto-fiktionalen Form gepriesen wurde, quasi das Ende des Romans vorhergesagt. Auch mit einem baskischen Freund habe ich diese Diskussion neulich geführt. Wer braucht denn noch den Roman, diese historische Form, wer braucht denn noch die Fiktion?

Wir alle brauchen die Fiktion, bin ich dagegen überzeugt, weil sie frei ist und deshalb weitere Freiräume schafft, weil sie offen ist für neue Einflüsse, neue Ideen, immer spielerisch, weil ihre Grenzen per se nur durch das Denken des Schreibenden gesetzt werden und dieses Denken so neue Grenzen auch im Alltag setzen kann, weil sie sich nicht um Fragen der Pseudo-Authentizität kümmert, deren Beliebtheit aktuell vielleicht nicht sehr verwunderlich ist. Wenn alles sich aufzulösen scheint, dann sind die autofiktionalen Texte eine Sicherheit, auch zur Verortung der eigenen Biographie, ihrer Festigkeit, Stabilität. Und dann fehlt in der Rezeption oft das Spiel, gerade das Fiktionale, das in diesen Texten natürlich oft steckt. Und gerade in diesem Zwischenspiel liegt für mich ihr größter Reiz (denn natürlich haben Texte wie Das Reich Gottes von Carrère einen großen literarischen Wert), nicht in irgendeiner vermeintlichen Echtheit, Direktheit; wer die postuliert, hat offenbar von der Textproduktion keine Ahnung.

Was wir aber in meinen Augen brauchen sind, wie du sagst, neue Gedanken, neue Versuche über unsere Gegenwart nachzudenken, auch darüber hinaus. Der Roman sollte und kann dabei niemals Gebrauchsanweisung sein. Bitte keine littérature engagé! Aber er kann neue Wege gehen, kann wichtige Fragen stellen, kurz, er kann in seinem kleinen Bereich ein Teil der gesellschaftlichen Konversation sein. Das sollten wir Schriftsteller ganz selbstbewusst einfordern.

Jeder Blick, ob auf Vergangenheit oder Gegenwart, jede Frage, die in einem Roman aufgeworfen wird, sagt immer auch viel über die Zeit seiner Entstehung aus, und vielleicht ist es deshalb auch kein Wunder, dass Du Dich mit dem Terrestrischen beschäftigst und ich mich mit Anarchisten aus verschiedenen Ländern Europas, die in Barcelona zusammentreffen. Nachdenken, über Bruchlinien, nachdenken über alte oder neue Wege, über Theorien und Gedanken in neuer, in gewandelter Form, das beste der marxistischen Analyse, ohne die Marx’sche Schulmeisterhaftigkeit, anarchistischen Freiheitswillen, Kooperationswillen, ohne verzweifelt an dem Glauben festzuhalten, man müsse den Staat, man müsse alle alte staatliche Struktur zerschlagen. Vielleicht ließe sich darauf etwas entwickeln, oder was denkst du? Und vor allem: wie hast du Sizilien erlebt, diese Insel der Bruchlinien, diese Insel der Schönheit und der Müllberge, die sich am Straßenrand und auf den Parkplätzen stapeln? Ist sie nicht auch eine Anregung für deinen Roman gewesen? Oder wo wirst du ihn verorten – welche Terra wirst du wählen, für diesen terrestrischen Roman?

Erzähl mir davon, wenn Du magst!

Un Abrazo – Dein

Hannes

Cher Hannes,

L’été, le lourd et brillant été s’achève lentement, je me remets à t’écrire (après t’avoir traduit en espagnol, drôle d’expérience).

Ta dernière lettre est très riche, pleine de réflexions, je reprendrai tout ça à la volée et repartirai là où le cœur m’en dit.

Je me suis arrêté deux fois sur le mot Narrativ, en me demandant si tu voulais désigner ainsi des récits collectifs ou bien parler de « narration » plus littéraire, si tu parlais, en somme, de littérature ou de politique, et je me suis dit que ce doute lui-même était significatif, les deux étant, dans ce cas, à peu près indémêlables.

Tous les piliers sur lesquels sont fondées nos sociétés sont des fictions, des récits que l’on construit : la loi, la justice, l’égalité, etc. (y compris l’argent), tout cela n’existe pas en tant que tel, on les invente, elles flottent quelque part, elles n’ont pas de réalité, et pourtant nos sociétés humaines sont fondées dessus. Tout ce qui nous définit en tant qu’êtres humains et sociétés est une immense fiction, nécessaire à leur bon fonctionnement.

Ceci posé, on voit bien qu’il nous faut donc de nouvelles fictions pour continuer à avancer en tant que communauté. C’est en cela que je parlais de fictions, de récits collectifs, et c’est ainsi que je te lis (d’où le doute : sont-ce des récits politiques ? Littéraires ? Qui les forme et comment ?). Ce serait trop complexe et incertain d’essayer de détailler ici comment ils se forment, on pourrait plutôt se poser la question des nouveaux récits à construire.

C’est par ignorance des nouvelles lignes de fracture que nous sommes incapables de produire de nouveaux récits. Et cela me paraît assez clair concernant le sujet essentiel aujourd’hui : ce que Bruno Latour appelle le Terrestre dans son magistral livre Où atterrir (2017). Nous ne savons pas comment habiter sur de nouvelles modalités la Terre, comment réinventer nos appartenances aux sols, aux mers, à la planète, parce que nous ne savons pas quel est le problème. Enfin oui, maintenant nous pouvons voir à peu près quel est le problème, mais comment y remédier ? Par de nouveaux récits.

Comment réinvestir le monde, l’habiter d’une autre manière, non plus sur le mode de la domination, de la destruction, mais d’une danse, d’une mobilité, d’une connaissance, d’une interconnexion ? Je ne sais pas, bien sûr, et personne ne sait, mais j’aimerais justement me poser modestement la question dans mon nouveau roman.

Je suis comme toi, je ne pense pas que la littérature puisse grand-chose, un livre ne change pas le monde, ou alors très très rarement, et ça n’a bien sûr aucun sens de l’espérer des siens, mais je pense plutôt que la littérature est un mode de connaissance, de compréhension, d’appréhension sensible des choses, pour celui qui écrit, et, si cela fonctionne, pour celui qui la lit.

Ce qui me préoccupe avant tout, dans l’écriture, c’est le rythme, la pulsation, le mouvement. Ensuite la forme romanesque, la structure, les mouvements possibles là aussi. Mais, comme je pense qu’un roman peut tout faire, tout englober et tout tenter à la fois, je me dis qu’il pourrait aussi penser le monde, en l’occurrence contemporain, appréhender sa forme, ses questionnements, ses problématiques, et en les mettant en forme leur donner une réalité sensible que seuls la fiction et l’art permettent de créer. Le journalisme est vital, mais seul le récit nous permet d’entrer vraiment dans les choses. Entre « 95 morts en Syrie » et un récit qui nous fasse entrer dans ce massacre, il y a un monde. L’un nous laisse à l’extérieur, l’autre non.

La littérature ne peut pas grand-chose, certes, mais elle peut ça.

C’est très loin, je crois, de ce qu’on appelait au 20e siècle la littérature engagée, qui, en produisant des œuvres partiales, dirigées vers un but et une idée préétablie, se trompe. Le roman doit mettre en branle des forces, qui s’affrontent ensuite librement, sans que l’auteur ne sache où elles vont aller. Là encore, c’est le rythme propre à un roman, sa tonalité souterraine qui vont dicter l’avancée de l’intrigue.

Pour en revenir à la politique, la gauche est en panne parce qu’elle n’a pas d’imagination et ne sait pas où ni comment créer de nouveaux récits. Le capitalisme est une telle machine qu’elle a avalé la gauche et n’en a laissé que des miettes. La gauche devrait se réinventer autour de cette nouvelle ligne de fracture : Terre / non-Terre ; universalité / local. Et dans cette dernière dualité, justement, apprendre à penser les deux à la fois :  le microscopique des sols et l’ensemble du vivant, la géologie en même temps que l’économie, elle doit penser large et relié, et appréhender de nouveau l’ensemble du terrestre.

Mais tout ça ce sont de grandes paroles, et les hommes politiques de gauche sont très loin de ces considérations, engluées entre une social-démocratie d’une rare fadeur et une extrême gauche (en tout cas en France) incapable de penser ce monde moderne-là. Si j’apprécie Podemos en Espagne, par exemple, c’est parce qu’ils n’ont pas peur de se colleter à ce réalité-là.

Et la ligne de fracture, c’est aussi le marxisme. Marx est toujours opérant, la société est toujours fondée sur des rapports de production et de classe, mais il a été bien sûr historiquement disqualifié. Il faut à la fois oublier Marx et le réinventer. Cela pourrait passer par le rapport au sol. C’est pourquoi la question des migrants est centrale : ils incarnent ce rapport de classe à la terre. Des hommes sont privés de terre, d’autres la détruisent sciemment. Certains hommes auront bientôt les pieds dans l’eau, d’autres volent au-dessus. Certains seront emportés par les vagues et les tempêtes, d’autres se réfugieront dans des bunkers. La ligne de fracture est là. Elle existe, elle est visible. Et elle va nous péter à la gueule. Et les pays riches, responsables de ce désastre-là, ferment leurs frontières, car ils ont peur de ça. Ils savent que l’eau va manquer, que les terres vont manquer, que la nourriture va manquer, et que ceux qui en seront privés viendront les chercher là où elles sont, c’est-à-dire chez eux. Ce n’est pas encore le cas, mais ils le sentent venir. Alors ils ferment les frontières, bâtissent des murs, ne laissant que la lumière allumée.

S’ils se recroquevillent sur leurs terres, c’est parce qu’ils en seront bientôt privés. Cela tremble, partout, sous nos pieds à tous, et la vague réactionnaire s’explique à mon avis par ce sentiment de peur, de trouble, de danger que sentent ceux qui ont encore quelque chose à perdre.

Voilà en tout cas les questions politiques et littéraires qui m’agitent en ce moment.

Je trouve intéressant d’essayer de faire rentrer ce contemporain-là dans le roman. Ça l’agite, le bouscule, le questionne, et tout est bon, je crois, pour éviter que le roman ne flétrisse. Mais peut-être me diras-tu le contraire, et j’en serais ravi.

Bon, à part ça, la France est championne du monde, et on est bien contents !

Je t’embrasse,

À bientôt mon cher Hannes !

Pierre

Lieber Hannes,

Der Sommer, dieser drückende und leuchtende Sommer geht langsam zu Ende, ich fange wieder an dir zu schreiben (nachdem ich dich ins Spanische übersetzt habe, eine komische Erfahrung).

Dein letzter Brief ist sehr ideenreich, voller Überlegungen, ich werde das alles nach und nach aufgreifen und zunächst dort ansetzen, wo mein Herz mich hinlenkt.

Zweimal musste ich beim Wort Narrativ stocken und habe mich gefragt, ob du damit kollektive Geschichten, oder „Erzählungen“ im literarischen Sinne bezeichnen willst, ob du im Großen und Ganzen über Literatur oder über Politik sprichst, und ich habe mir gedacht, dass diese Ungewissheit selbst bedeutsam ist, da die beiden in diesem Fall nahezu unzertrennlich miteinander verwoben sind.

Alle Säulen, auf denen unsere Gesellschaften aufbaut, sind Fiktionen, Geschichten, die wir konstruieren: Recht, Gerechtigkeit, Gleichheit usw. (auch Geld), sie alle existieren nicht als solche, sie sind erfunden, schweben irgendwo, haben keine Realität, und dennoch fußt unsere Gesellschaft auf ihnen. Alles, was uns als Menschen und Gesellschaft definiert, ist eine gigantische Fiktion, die für das richtige Funktionieren notwendig ist.

Vor diesem Hintergrund können wir erkennen, dass wir neue Fiktionen brauchen, um als Gemeinschaft weiter voranzukommen. In diesem Sinne habe ich über Fiktionen gesprochen, über kollektive Geschichten, und so verstehe ich dich (daher die Ungewissheit: meinst du politische Geschichten? Literarische? Wer formt sie und wie?). Es wäre zu komplex und zu riskant, hier zu beschreiben, wie diese Geschichten gebildet werden und wir sollten uns lieber um die neuen Geschichten kümmern, die es zu erschaffen gilt.

Es ist die Unkenntnis der neuen Bruchlinien, die uns unfähig macht, neue Geschichten zu produzieren. Und das scheint mir ziemlich klar zu sein, in Bezug auf das derzeit wesentliche Thema: Bruno Latour nennt es das Terrestrische in seinem meisterhaften Buch Das terrestrische Manifest (Originaltitel: Où atterrir ?, 2017). Wir wissen nicht, wie wir unter den neuen Bedingungen die Erde bewohnen, wie wir unsere Zugehörigkeit zum Boden, zu den Meeren, zum Planeten neu erfinden können, weil wir nicht wissen, was das Problem ist. Nun ja, allmählich erkennen wir in etwa, was das Problem ist, aber wie kann es behoben werden? Durch neue Erzählungen.

Wie können wir uns die Welt wieder aneignen, sie auf andere Weise bewohnen, nicht mehr beherrschend, zerstörend, sondern durch eine Art Tanz, durch Bewegung, durch Wissen, durch Vernetzung? Die Antwort darauf kenne ich natürlich nicht, niemand kennt sie, aber genau diese Frage würde ich mir gerne ganz bescheiden in meinem neuen Roman stellen.

Ich bin wie du und glaube nicht, dass Literatur viel bewirken kann, ein Buch verändert nicht die Welt oder nur sehr, sehr selten, und natürlich macht es keinen Sinn, dies von seinen eigenen zu erhoffen, aber ich denke, dass Literatur eine Art des Wissens, des Verstehens, des sinnlichen Erfassens von Dingen ist, für den, der schreibt, und, wenn es funktioniert, für den, der sie liest.

Was mich beim Schreiben in erster Linie beschäftigt, ist der Rhythmus, das Pulsieren, die Bewegung. Später dann die Romanform, die Struktur, und auch hier die möglichen Bewegungen. Da ich aber glaube, dass ein Roman alles kann, alles umfasst und alles auf einmal versucht, denke ich mir, dass er auch die Welt erfinden kann, in diesem Fall die Gegenwart, ihre Form, ihre Fragen, ihre Probleme erfassen kann, und indem er sie in Form bringt, gibt er ihnen eine erfahrbare Realität, und das ist etwas, das nur Fiktion und Kunst schaffen können. Journalismus ist lebenswichtig, aber nur eine Erzählung erlaubt es uns, wirklich in Dinge hineinzugehen. Zwischen „95 Tote in Syrien“ und einer Geschichte, die uns in dieses Massaker hineinbringt, liegen Welten. Das eine lässt uns außen vor, das andere nicht.

Literatur kann sicherlich nicht viel tun, aber sie kann das tun.

Ihr Potential ist sehr weit entfernt, glaube ich, von der im 20. Jahrhundert so genannten Engagierten Literatur, die, indem sie einseitige Werke produziert, die auf ein Ziel und eine vorher festgelegte Idee ausgerichtet sind, fehlgeht. Der Roman muss Kräfte in Bewegung setzen, die dann frei aufeinanderprallen, ohne, dass der Autor weiß, wohin dies führt. Auch hier ist es der Rhythmus eines Romans, sein unterirdischer Ton, der das Fortschreiten der Handlung vorschreibt.

Und um wieder auf die Politik zurückzukommen, versagt die Linke deswegen, weil sie keine Vorstellungskraft hat und weder weiß wo, noch wie man neue Erzählungen schafft. Der Kapitalismus ist eine solche Maschinerie, dass er die Linke verschluckt und nur Krümel von ihr übriggelassen hat. Die Linke täte gut daran, sich um diese neue Bruchlinie herum neu zu erfinden: Erde / Nicht-Erde; Gesamtheit / Örtlichkeit. Und was eben diese letzte Dualität betrifft, sollte sie lernen, beide auf einmal zu beachten: das mikroskopisch Kleine der Erde und die Gesamtheit der Lebewesen, Geologie und gleichzeitig Wirtschaft, sie muss weiträumig und vernetzt denken, und wieder das Erdenganze erfassen.

Aber all das sind große Worte, und die Politiker der Linken sind sehr weit von diesen Überlegungen entfernt, sie sind stecken geblieben zwischen einer ach so faden Sozialdemokratie und einer radikalen Linken (zumindest in Frankreich), die sich diese moderne Welt nicht vorstellen kann. Wenn ich zum Beispiel die Partei Podemos in Spanien schätze, dann deshalb, weil sie keine Angst hat, sich mit dieser Realität auseinanderzusetzen.

Und die Bruchlinie verkörpert auch den Marxismus. Marx ist immer noch immer operationell, die Gesellschaft basiert immer noch auf Produktions- und Klassenverhältnissen, aber natürlich wurde er historisch disqualifiziert. Wir müssen Marx gleichermaßen vergessen und ihn neu erfinden. Dies könnte durch den Bezug zum Boden gelingen. Deshalb ist das Thema Migration von zentraler Bedeutung: Es verkörpert dieses Klassenverhältnis zum Boden. Einigen Menschen wird Land entzogen, andere zerstören es wissentlich. Einige Menschen stehen bald mit den Füßen im Wasser, andere fliegen darüber. Einige werden von Wellen und Stürmen weggefegt, andere werden in Bunkern Zuflucht suchen. Die Bruchlinie ist dort. Sie existiert, sie ist sichtbar. Und sie wird uns um die Ohren fliegen. Und die reichen Länder, die für diese Katastrophe verantwortlich sind, machen ihre Grenzen zu, weil sie Angst davor haben. Sie wissen, dass das Wasser knapp wird, dass es an Boden mangeln wird, dass es an Nahrung mangeln wird, und dass diejenigen, die all dessen beraubt wurden, all diese Güter dort suchen werden, wo es noch welche gibt, das heißt bei ihnen. Es ist noch nicht soweit, aber sie spüren es schon näherkommen. Darum schließen sie die Grenzen, bauen Mauern und lassen aber das Licht brennen.

Wenn sie sich auf ihrem Land einmauern, dann deshalb, weil sie dessen bald beraubt sein werden. Es vibriert überall, unter unser aller Füßen, und die reaktionäre Welle erklärt sich meiner Meinung nach durch diese Gefühle der Angst, der Unruhe, der Gefahr, die von denen empfunden werden, die noch etwas zu verlieren haben.

Auf jeden Fall sind dies die politischen und literarischen Fragen, die mich im Moment bewegen.

Ich finde den Versuch interessant, diese Gegenwart in den Roman hinein zu bringen. Es bringt Bewegung hinein, rüttelt ihn auf, hinterfragt ihn, und jedes Mittel ist gut, denke ich, um zu verhindern, dass der Roman eingeht. Aber vielleicht wirst du mir ja das Gegenteil sagen, worüber ich hocherfreut wäre.

Abgesehen davon ist Frankreich Weltmeister und wir sind glücklich!

Ich umarme dich,

Bis bald, mein lieber Hannes!

Pierre